Educar en la paz y para la paz
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El 30 de enero se celebrará, como todos los años, el «Día escolar de la no violencia y la paz», una Jornada promovida por la UNESCO que tiene como objetivo la educación para la tolerancia, la solidaridad, la concordia, el respeto a los derechos humanos, la no-violencia y la paz. Así, el próximo miércoles se tendrá algún acto referido a esta Jornada en muchos colegios de nuestra ciudad y provincia. Por ello, quiero subrayar hoy la enorme importancia de este tema en la educación de nuestros escolares y la inestimable tarea de los educadores: para promover en los Centros educativos la cultura de la no violencia y la paz, y para trabajar con los alumnos conocimientos, actitudes y compromisos acordes con su educación. Se conmemora este día la muerte de aquel gran personaje, del que todos hemos oído hablar, que fue Gandhi, y que consiguió sus legítimos objetivos y los de su pueblo, por caminos de la «no violencia»; sus palabras, cuando dijo «no hay caminos para la paz, la paz es el camino», son conocidas como un slogan para trabajar incansablemente en favor de la paz.
Vivimos hoy en un mundo muy violento. Basta que nos acerquemos a los noticiarios de cada día para descubrir la violencia que aflora en tantos lugares y con tanto sufrimiento. En nuestro hermoso planeta, nuestra «casa común», sigue habiendo hoy muchas guerras provocadas por la avaricia, la venganza y el ansia de poder que anida en el corazón humano. Ellas son la raíz que provoca el drama de tantos refugiados que acuden buscando nuestra ayuda. Vivimos, como dice el Papa Francisco, una Tercera Guerra Mundial «a trozos» que se sostiene sobre nuestra indiferencia y desconocimiento.
Junto a las guerras que no cesan, nos revelamos contra el fenómeno del terrorismo que, este sí, nos golpea más de cerca. Realizado mediante el ejercicio indiscriminado de la violencia, su único objetivo es implantar el terror e imponer su ideología totalitaria. Lástima que se vincule a veces a razones religiosas que, desde luego, nunca pueden estar en la base de la violencia. La auténtica religión, lo sabemos bien, siempre nos lleva a la paz y a la construcción de un mundo más fraterno.
Entre las distintas formas de violencia de nuestro mundo, pienso igualmente en el drama de la violencia que tiene a las mujeres como sus principales víctimas. A la vez que es preciso denunciar todo acto violento contra la mujer, me congratulo con tantas experiencias e iniciativas que, también en el seno de la Iglesia diocesana, nos ayudan a tomar conciencia y a actuar contra esta lacra. Como dijimos los Obispos españoles ante este drama «resulta necesario incrementar medidas de prevención y de protección legal, pero sobre todo fomentar una mejor educación y cultura de la vida que lleve a reconocer y respetar la igual dignidad de la mujer».
También el mundo infantil es especial objeto de manifestaciones de violencia, paradójicamente fomentada por su especial debilidad. En el mundo de los niños nos llaman la atención fenómenos de bullying cada vez más frecuentes o la misma violencia de algunos adultos frente a los menores. Pienso especialmente en los execrables fenómenos de abusos a menores que, incluso en el seno de la Iglesia, han existido. En esa lucha todos tenemos que empeñarnos para erradicar todo acto que, como dice el Papa Francisco, tiene sus raíces en fenómenos de «abuso de poder y de conciencia».
En un mundo donde la inequidad es una de las características de este tiempo, es muy difícil erradicar del todo la violencia. El Papa Francisco nos decía que «hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia» (EG 59). Así lo confirma el salmista cuando nos recuerda que la «justicia y la paz se besan» (Salmo 84, 11). Quiere decir que la paz auténtica y duradera siempre es obra de la justicia.
Frente a este panorama, me parece importante profundizar en la urgencia de educar «en la paz y para la paz». Porque la paz es frágil y necesaria, requiere siempre ser motivada, alentada, promovida y fortalecida. Y ello lo será cuando fomentemos gestos de paz, palabras de paz, respuestas de paz, razones de paz y plegarias por la paz. Todos podemos hacer mucho en este empeño, especialmente vosotros, los educadores. Hay que empezar por la educación, y a ello os animo confiadamente, para que los Centros Escolares sean ese instrumento necesario de paz y entendimiento entre personas de distinta formación, cultura, raza y religión. Porque hay que aspirar, aunque sea difícil, a que el mundo de mañana sea más pacífico y pacificado con el esfuerzo de todos y con la ayuda de Dios.