Ante el Día de los Abuelos
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El próximo 26 de julio se celebra el «Día de los Abuelos». Viene motivado por ser ese día la fiesta litúrgica de san Joaquín y santa Ana, los padres de María y abuelos de Jesús. Así lo recoge una tradición que se remonta al siglo II. Desde entonces, se han representado en numerosos lugares, como yo mismo he podido comprobar en muchos pueblos de nuestra diócesis, esas simpáticas y sugerentes imágenes que recogen, de diferentes formas, las tres generaciones (Santa Ana, la Virgen y Jesús), como testimonio entrañable de la vida misma de las familias y su compromiso en la transmisión de la fe. Con ocasión de esta fiesta deseo que os llegue, en primer lugar, mi felicitación muy cordial y cercana a todos los abuelos de nuestra diócesis, agradeciendo vuestros desvelos por los hijos y los nietos, y pidiendo para todos la abundante bendición de nuestro Padre Dios.
¿Quién no recuerda con cariño a sus abuelos? El propio refranero, tan sabio en muchas cuestiones, nos dice que «quien no ha conocido abuelo, no ha conocido día bueno». En efecto, los abuelos sois un referente para la vida de los niños y de los jóvenes. Vuestras historias y vuestras palabras resuenan de forma especial en su corazón. ¡Aprovechad, por tanto, esa fuerza para comunicarles la sabiduría que os ha dado la vida! Es importante que dialoguéis con vuestros hijos y vuestros nietos para ofrecerles, desde el cariño, vuestros sabios consejos. Vosotros tenéis, fruto de la edad, una capacidad para comprender las situaciones difíciles, para afrontar los problemas, para valorar dónde está lo importante... En esa acogida mutua, la familia se fortalece y nuestra sociedad se enriquece y se desarrolla. A ello nos invita la propia Escritura en el libro de la Sabiduría: «No desprecies, nos dice, los discursos de los ancianos, que también ellos aprendieron de sus padres; porque de ellos aprenderás inteligencia y a responder cuando sea necesario» (Eclo 8,9).
Realmente los abuelos sois un tesoro para nuestra sociedad. Y lo sois especialmente para nuestras familias. Bien lo sabéis vosotros cuando tenéis que apoyar, en tantas ocasiones con esfuerzo y sacrificio, la labor educadora que tienen que realizar vuestros hijos con sus hijos. Así lo hacéis, por ejemplo, haciendo tareas de suplencia y de acompañamiento de los nietos debido a jornadas laborales de los padres que impiden la conciliación de la vida laboral y familiar, o en otras muchas realidades y experiencias que se dan en nuestra sociedad compleja y por las que cobráis un protagonismo especial. En cuántos hogares os habéis convertido en un apoyo impagable en los tiempos de crisis, haciéndoos presentes en el día a día de la vida de los vuestros, ofreciéndoles ayuda y servicio generoso, prudente y abnegado.
También los abuelos significáis un tesoro para la Iglesia. Benedicto XVI, en el V Encuentro Mundial de las Familias, en Valencia, decía así: «Deseo referirme ahora a los abuelos, tan importantes en la familia. Ellos pueden ser —y son tantas veces— los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando en la cima de su vida dan testimonio de su fe». Así es. En muchos casos, vosotros sois el único ejemplo que los niños y jóvenes tienen para la vivencia encarnada de la fe. En esas ocasiones, por desgracia cada vez más numerosas, también tenéis la responsabilidad de compartir con ellos el conocimiento de la fe y su experiencia en vuestra vida.
Os convertís, de esta manera, en auténticos misioneros y transmisores del tesoro del Evangelio. Hacedlo con libertad, con respeto, pero desde la firmeza, con el testimonio y el gozo de una vida que ha sido colmada y plenificada por la gracia. En las Escrituras también se recoge el testimonio de esa fe compartida por los mayores y que se enraizó en el corazón de Timoteo: «Evoco el recuerdo de tu fe sincera, la que arraigó primero en tu abuela Loide y en tu madre Eunice, y estoy seguro que también en ti» (2 Tim 1, 5). Esa cadena, que supone la transmisión de la fe en la familia, quizás hoy recae subsidiariamente en vosotros. Acoged con gozo y responsabilidad esta tarea y misión eclesial.
Sin embargo, junto a esta realidad hermosa, se da un contrapunto que no hay que ignorar para no caer en él: con el paso inexorable de los años, los abuelos se convierten en ancianos y, en esta sociedad consumista que ha puesto su modelo en el «ideal de juventud», se transforman en una carga y en un lastre para muchos. Me gustaría recordar entonces aquellas sabias palabras también del papa Benedicto XVI, y que son hoy especialmente importantes cuando se anuncian proyectos de ley para regular la eutanasia: «La calidad de una sociedad, quisiera decir de una civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y por el lugar que se les reserva en la vida común».
Pidamos pues que san Joaquín y santa Ana os bendigan a todos vosotros que ejercéis de manera tan ejemplar el oficio y la responsabilidad de ser abuelos. Y para nuestra sociedad, la gracia de saber valorar justamente vuestra contribución social, ciudadana y eclesial.