La Catedral: Iglesia madre y casa abierta
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El 20 de julio es una fecha significativa en la historia de nuestra diócesis: Un 20 de julio de 1221 se puso la primera piedra de nuestra Catedral. Ahora nos disponemos a celebrar el octavo centenario, que ya se perfila delante de nosotros y debemos celebrarlo como corresponde. Es una ocasión para que podamos descubrir y profundizar todas las dimensiones religiosas y culturales que la Catedral tiene para nosotros, y para que valoremos el sentido que tuvo desde el principio y que en la actualidad adquiere nuevo relieve e importancia.
Como ya sabéis, se ha creado una Fundación, en la que están representados todos los sectores sociales de Burgos, con el fin de que esta efemérides sea un auténtico acontecimiento para nuestra Iglesia diocesana y para la sociedad burgalesa. Como tuve ocasión de decir en el acto de presentación de la Fundación, este centenario está siendo ya «una oportunidad para unirse toda la ciudad en la celebración». Dado que es el «icono más reconocido a nivel internacional», nos ofrece «una ocasión para unirnos como ciudad y provincia en la proyección de nuestra tierra desde el punto de vista cultural, económico, social y religioso».
La respuesta recibida en general a este proyecto es una muestra de que nosotros, como Iglesia, estamos contribuyendo a la cultura del encuentro y del diálogo, que tan necesaria es en una sociedad pluralista; estamos colaborando a configurar una ciudad amable que se va construyendo desde la integración, la acogida y la solidaridad. La Catedral tiene vocación de ser casa de todos. En ella se debe reflejar nuestra propia actitud como creyentes y como Iglesia.
Esta capacidad de irradiación y de atracción de la Catedral, además de su hondo significado, se debe sin duda a la belleza deslumbrante que fascina y conmueve a los visitantes. El arte, en sus diversas expresiones y manifestaciones, ha logrado en ella niveles que parecen insuperables. Sin necesidad de palabras, la contemplación dilata la mirada y el corazón, y despierta el anhelo por acceder a la fuente y al origen de tanta belleza, a la Belleza Suma, que es Dios.
Nosotros, como cristianos, podemos descubrir aspectos sin los cuales todo esto no hubiera sido posible. En la Catedral se hace presente la herencia y el testimonio de miles de hombres y mujeres que la construyeron y mantuvieron, convirtiéndola en una realidad viva. La figura de la Catedral nos hace presente la innumerable nube de testigos que nos han precedido. Gracias a ella ampliamos y profundizamos nuestra experiencia de Iglesia: vivimos y existimos en una tradición viva, de la que hemos recibido una experiencia de fe, de comunión, de cooperación. Lo que recibimos como don debe ser asumido como tarea, como responsabilidad, para que nuestro testimonio pueda producir sentimientos, vivencias y expresiones semejantes.
La Catedral contiene para nosotros un profundo significado eclesial. Es el corazón de la diócesis, donde se hace visible de un modo especial la comunión que nos une a todos. Se llama Catedral porque es la cátedra del obispo en quien se continúa la sucesión apostólica. En ella se muestra con la máxima claridad el ministerio del obispo y su servicio a la Iglesia que camina en la historia: Es el lugar desde el que anuncia el Evangelio y preside la Eucaristía, rodeado del presbiterio y de todo su pueblo. Sin esta dimensión no se comprendería la celebración del centenario y la responsabilidad que recae sobre nosotros.
Por ello, desde ahora os animo e invito a vivir esta efemérides como ocasión y estímulo para que profundicemos lo que significa ser miembros de una Iglesia concreta que, desde lo más profundo de su fe, se abre al encuentro con todos los ciudadanos en un proyecto común.