San Juan Bautista, el precursor
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
A lo largo del año litúrgico, domingo tras domingo, celebraciones y fiestas de los santos, la Iglesia nos convoca a recordar y vivir los principales misterios de la historia de la salvación. A través del ciclo litúrgico, por la acción del Espíritu Santo, se hace presente hoy y entre nosotros el plan salvador de Dios Padre realizado en su Hijo Jesucristo. Es un camino de fe que nos adentra paso a paso y nos invita a profundizar en el misterio del amor de Dios con la humanidad. En este recorrido hoy, en concreto, celebramos la solemnidad de san Juan Bautista.
Este santo goza de una gran cercanía entre el pueblo cristiano desde antiguo. Y también hoy, nuestro pueblo ha realizado una labor de inculturación reseñable en torno a san Juan Bautista; las personas del mundo rural conocéis mejor que yo todas las tradiciones, de diversa índole, que la piedad popular ha generado: la noche de san Juan, su fiesta, los refranes, las cosechas, la abundancia o la necesidad... Es uno de los pocos santos que la Iglesia rememora y celebra en el día de su nacimiento (24 de junio) y en la fecha de su martirio, cuando nace a la vida definitiva (29 de agosto). ¿Qué nos dice hoy a nosotros San Juan en su fiesta?
La vida de Juan el Bautista, el que bautizaba en el Jordán, está unida a la de Jesús desde antes de nacer. Seis meses antes de la fiesta del Nacimiento de Jesús se celebra la venida al mundo del Precursor, un hombre que «será grande a los ojos del Señor» y «muchos se alegrarán de su nacimiento», se dice en el evangelio de San Lucas (Lc 1,15.14). En la escena de la Anunciación, fiesta que celebramos el 25 de marzo, cuando el Ángel se acercó a María, le manifestó en referencia a Isabel, la madre de Juan, que «ya está de seis meses la que llamaban estéril» (Lc 1,36). La Iglesia elige para la fiesta de san Juan los días más largos del año; los días que tienen más luz, porque en las tinieblas de aquel tiempo Juan era una luz precursora, la lámpara que indicaba donde estaba la verdadera luz, Jesucristo. Y cuando Jesús comenzó a predicar, Juan empezó a ocultarse porque, «Es preciso que él (Cristo) crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30); nos dice el mismo Juan, desvelándonos su propia misión.
En la gran figura de este santo podemos encontrar motivos de aliento y esperanza para vivir nuestra fe de discípulos misioneros hoy día. Juan, al igual que los profetas, recibe la vocación desde el seno materno: «Antes de formarte en el vientre te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jer 1,5) y por ello el mismo Jesús dirá de él que era profeta y «más que profeta» (Mt 11,9). La Iglesia le venera como el «Precursor» ya que de él está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti» (Lc 7,27). Juan también dice de él mismo: «yo soy la voz que grita en el desierto». La voz que anuncia y denuncia llamando a la conversión. Una vida, como tendría que ser la nuestra, hecha anuncio para la llegada del Reino proclamado por Jesús.
El hecho de contemplar la vida de san Juan, austera, coherente, y fiel a la misión que había de realizar nos ha de situar en su misma lógica. También nosotros hemos sido elegidos por Dios, que nos ha llamado por nuestro nombre y que nos ha invitado a ser sus precursores para hacer que la buena noticia de la salvación pueda germinar, crecer y dar fruto entre nuestros contemporáneos. Ciertamente que no nos resultará fácil, pero también san Juan llegó a dar su vida en el martirio. Hablando de nuestro santo, Benedicto XVI destacó que «celebrar el martirio de san Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que no se puede descender a negociar con el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad. La Verdad es verdad y no hay componendas. La vida cristiana exige, por decirlo de alguna manera, el «martirio» de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, el valor de dejar que Cristo crezca en nosotros y sea Él quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones» (Catequesis sobre san Juan Bautista, agosto de 2012).
Ojalá que personal, comunitaria y diocesanamente deseemos hoy ser como Juan el Bautista: sencilla luz que acerque a la luz de Jesucristo y firme palabra que anuncie el Evangelio de la esperanza y la alegría.