Acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Después de los días de Navidad, en los que hemos celebrado el acontecimiento de la venida de Dios a nuestro mundo y a nuestra historia, celebramos este domingo la Jornada
Mundial del Emigrante y del Refugiado. Hace ya 104 años que la Iglesia nos pide dedicar juntos un día a reflexionar y rezar acerca de esta realidad creciente, un verdadero «signo de los tiempos», que nos habla de la necesidad de abrir el corazón especialmente a los hermanos que han llegado de otros lugares y forman parte de nuestra sociedad y, muchos de ellos, también de nuestra Iglesia. A los cristianos se nos pide hacer posible, en nuestras ciudades y en nuestros pueblos, una convivencia entre todos profundamente humana alimentada y sostenida a la luz de la fe, con la fuerza de la esperanza, de la caridad y de la justicia evangélica.
El papa Francisco comienza el mensaje que nos dirige, con ocasión de esta Jornada, con estas palabras: «Cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado en cualquier época de la historia (cf. Mt 25,35.43). A cada ser humano que se ve obligado a dejar su patria en busca de un futuro mejor, el Señor lo confía al amor maternal de la Iglesia. Es una gran responsabilidad que la Iglesia quiere compartir con todos los creyentes y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que están llamados a responder con generosidad, -cada uno según sus posibilidades- a los numerosos desafíos planteados por las migraciones contemporáneas» Después nos invita a vivir nuestro compromiso cristiano y eclesial conjugando cuatro verbos, «acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados». De estas cuatro propuestas quiero subrayar y ofreceros algunas de sus ideas.
Acoger significa, ante todo, ampliar las posibilidades para que los emigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro y legal en los países de destino. Sería deseable ayudar en la concesión de visados por motivos humanitarios y por reunificación familiar. Que un mayor número de países abran corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables. Y prever, además, visados temporales especiales para las personas que huyen de los conflictos hacia los países vecinos.
El segundo verbo, proteger, se conjuga en toda una serie de acciones en defensa de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y refugiados. Si las capacidades y competencias de los emigrantes, los solicitantes de asilo y los refugiados son reconocidas y valoradas oportunamente, constituirán un verdadero recurso para las comunidades que los acogen. Por tanto, que, en el respeto a su dignidad, les sea concedida la libertad de movimiento en los países de acogida, y la posibilidad de trabajar. Y para quienes deciden regresar a su patria, ofrecerles programas de reinserción laboral y social. Promover quiere decir que a todos los emigrantes y refugiados, así como a las comunidades que los acogen, se les dé la posibilidad de realizarse como personas en todas las dimensiones que componen la humanidad querida por el Creador. Entre éstas la dimensión religiosa, garantizando a todos los extranjeros la libertad de profesar y practicar la propia fe... Y que en la distribución de las necesarias ayudas se tengan en cuenta las necesidades de asistencia médica y social, como también educación, en los países en vías de desarrollo, que reciben importantes flujos de refugiados y emigrantes.
El último verbo, integrar, se refiere a la oportunidad del enriquecimiento intercultural generado por la presencia de los emigrantes y refugiados. La integración no es asimilación, que induce a suprimir o a olvidar la propia identidad cultural. El contacto con el otro lleva, más bien, a descubrir su riqueza, a abrirse a él para reconocer sus valores y contribuir así a un conocimiento mayor de cada uno y a una mejor convivencia entre todos.
Justo es reconocer los esfuerzos que se están haciendo en las diócesis, parroquias y otras comunidades para asesorar, atender e integrar a los emigrantes y refugiados desde el Evangelio y con la atención a los más vulnerables. También debemos valorar los esfuerzos realizados por la comunidad política y la sociedad civil, que siguen siendo necesarios e imprescindibles. En cuanto a nuestra Iglesia de Burgos, de acuerdo con su tradición pastoral, ha de seguir comprometida en primera persona para que se lleven a cabo todas las iniciativas que se nos proponen y a las que se nos anima desde la Delegación Diocesana de Pastoral de Migraciones y otros organismos eclesiales. No olvidemos las palabras de la Escritura que también el Papa cita en el Mensaje de la Jornada de hoy: «El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como el indígena: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios» (Lv 19,34).