El pueblo, la eucaristía, los pobres

Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)

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Desde hace unos años, la fiesta del Corpus Christi ha vuelto a tener tres protagonistas: el pueblo, la Eucaristía y los pobres.

Desde sus orígenes, el pueblo cristiano se volcó en la celebración del Corpus. Con el paso de los años, en España llegó a convertirse en una especie de fiesta nacional y la exportamos a América en el momento de su descubrimiento y evangelización. La Reforma Protestante, lejos de influir negativamente, fue ocasión para que el pueblo se enfervorizase aún más con la fe católica sobre la Eucaristía. De hecho, el siglo XVII es una especie de siglo de oro para la fiesta del Corpus.

En fechas más recientes sufrió un parón y, en más de un lugar, casi desapareció. Ello fue debido a que algunos malinterpretaron la doctrina eucarística del Concilio Vaticano II y no supieron compaginar la reforma litúrgica con la piedad popular, provocando ficticias incompatibilidades. Gracias, sobre todo, a san Juan Pablo II, el pueblo cristiano volvió a vibrar y hoy, a pesar de las dificultades objetivas que originan las grandes urbes, es una realidad vivida con progresivo fervor.

En algunos lugares de nuestra diócesis también hubo un relativo enfriamiento. Pero, desde hace algunos años, asistimos gozosos a la recuperación de su primitivo fervor. Últimamente, la Cofradía del Corpus está impulsando en Burgos ciudad tanto la participación popular como en el enmarque cultural de la fiesta. Desde aquí quiero apoyar estas iniciativas y animar a todos los burgaleses a participar en la Misa y Procesión y en la Adoración al Santísimo que continúa después de la Procesión en la capilla del Santo Cristo en la Catedral hasta las 7 de la tarde.

Sin embargo, el gran protagonista del Corpus es la Eucaristía. Mejor: la presencia de Jesucristo que se hace presente entre nosotros por la conversión del pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, es decir: en Sí mismo, como verdadero Dios y como verdadero hombre. Esta presencia se realiza durante la misa. Pero se prolonga más allá de ella, mientras duran las Sagradas Especies. Por eso, después de la misa del Corpus colocamos la Hostia consagrada en la custodia para pasearla en la carroza por nuestras calles y plazas, mientras cantamos con fe y amor: «Cantemos al amor de los amores, Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor».
Mientras le paseamos, Jesucristo nos mira con el mismo afecto y compasión con que miraba a las multitudes de Galilea y Judea mientras vivió en esta tierra. A la vez, nos hace el mismo ruego que hizo a los apóstoles el día en que multiplicó los panes y los peces: «Dadles vosotros de comer». Dad de comer a las más de 850 millones de personas que pasan hambre en el mundo, dad trabajo a los millones de españoles que no lo tienen, dad de comer con vuestra acogida fraterna a los emigrantes que han venido a nuestra tierra buscando una vida más digna, dad compañía a tantos ancianos solos, dad apoyo a tantos matrimonios quebrados, dad amor y perdón a tantos corazones destruidos por el odio y el desamor.

Hemos de ser conscientes de que no podemos pasar por la vida sin descubrir que las personas, especialmente las más necesitadas, son tierra sagrada. Por eso, cuando nos acercamos a ellas, cuando les acompañamos, cuando las acogemos, cuando hacemos caso a quien nos dice «tengo hambre, no tengo trabajo, te necesito», estamos honrando esa tierra sagrada.

Quizás no podemos ofrecer otra cosa que la que ofrecieron los apóstoles: cinco panes y unos peces. No importa, si somos generosos, si vivimos la fraternidad, si nos tomamos en serio las necesidades de los demás y lo ponemos todo en sus manos, Jesús volverá a repetir el milagro: habrá pan y trabajo para todos. El Corpus, que celebramos el próximo domingo, será así una fiesta maravillosa, pues nos ayudará a todos a ser más cristianos y, por eso, más humanos.

Parroquia Sagrada Familia