Los pobres NO son un problema
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Se celebra hoy la Jornada Mundial de los Pobres, con el lema «no amemos de palabra sino con obras». Es una fecha promovida por el Papa Francisco como fruto concreto del Jubileo de la Misericordia, que vivimos a lo largo del año pasado. Al finalizar dicho acontecimiento de gracia, el Papa manifestó su deseo de que todos los años celebráramos, como Iglesia, una jornada dedicada a los pobres, pues ellos han de ser los primeros destinatarios de la Buena Noticia de la Misericordia.
Es pues una invitación que el Santo Padre dirige a toda la Iglesia, así como a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para que en todo el mundo se escuche el grito de los pobres y las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos, los excluidos, los olvidados... La fecha escogida ha sido el domingo anterior a la fiesta de Cristo Rey con la que concluye el Año Litúrgico. De esta manera nos preparamos para celebrar mejor esta fiesta, ya que el Rey del Universo se ha identificado con los más pequeños, ha hecho presente el Reino de Dios entre nosotros y nos juzgará en base a las obras de misericordia.
Al instaurar esta nueva Jornada en la Iglesia, el Papa busca ayudarnos a asimilar algunas actitudes fundamentales en la vida de fe. En primer lugar, pretende hacernos descubrir la centralidad que los pobres y la pobreza tienen en la experiencia cristiana. En palabras del Papa Francisco «la pobreza está en el centro del Evangelio, no es una ideología, y si quitáramos la pobreza del Evangelio, no se comprendería nada del mensaje de Jesús». Por eso, es en la vivencia de la pobreza y en el encuentro con los pobres donde podemos experimentar más y mejor la grandeza de la riqueza de Dios. La experiencia del encuentro con Jesús nos lleva inevitablemente a descubrirlo en la carne de nuestros hermanos. Porque «si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía».
Desde esta premisa, nuestra mirada hacia los pobres se transforma. Ellos ya no se perciben como un problema, sino como «una oportunidad para acoger y vivir la esencia del Evangelio». Tampoco tiene sentido la huida o la indiferencia, sino que nuestra mirada se tiene que educar para saber descubrir y percibir los rostros viejos y nuevos con los que se presenta hoy la pobreza. «Esa pobreza que, como dice el Papa en su mensaje para esta Jornada, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia..., una lista inacabable y cruel que nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada».
De esta manera, esta Jornada nos debe ayudar a que la actitud ante los pobres sea en clave de valoración, de afecto, de cercanía. No se trata solo de que nuestras personas y comunidades cristianas se pongan al servicio de los pobres, en términos asistenciales, de ayuda material. Ciertamente que la historia de la Iglesia ha dado sobrados ejemplos de esta acción generosa hacia los pobres. Lo que se busca es que estas experiencias nos ayuden a cultivar actitudes de auténtico y verdadero encuentro fraterno con ellos. «Estamos llamados a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de la soledad». Algo así me decía una persona en la visita que acabo de realizar a nuestra Cáritas Diocesana: «En Cáritas me siento querido, me siento como en mi familia, soy alguien».
Estas actitudes nos ayudarán en el camino de la auténtica evangelización en la que estamos embarcados. Nos lo recuerda nuestro Plan Diocesano de Pastoral cuando se propone: «Poner el Evangelio al servicio de los más pobres». Y este estilo es el que posibilitará también la urgente reforma y conversión pastoral que se nos solicita. Porque es nuestro corazón el que ha de convertirse para hacer suya la experiencia del Padre, cuyas entrañas se conmueven y se estremecen ante el dolor del hijo más desfavorecido.
Os invito hoy a leer, reflexionar y hacer vuestro el mensaje del Papa al que ya he aludido. Veréis que es un documento muy hermoso que nos ayudará a vivir mejor el significado de esta Jornada. Termino con unas de sus palabras: «Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios».