Entregar la vida
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El próximo sábado, si Dios quiere, asistiré con gozo en Madrid a la beatificación de sesenta nuevos mártires, dieciséis de los cuales son de nuestra diócesis de Burgos. Sesenta mártires del siglo XX, sacerdotes, consagrados y laicos, pertenecientes todos ellos a la querida familia Vicenciana, que está celebrando durante este año los 400 años de presencia de su carisma en la Iglesia. Es el carisma recibido y vivido por San Vicente de Paúl que nos habla de misión y de caridad, de anuncio del Evangelio y cuidado a los más pobres. ¡Qué bien contar ahora con el ejemplo y la intercesión de estos hermanos que han vivido el carisma vicenciano hasta el testimonio supremo de la entrega de su vida por amor a Dios y a los hermanos!
Es el carisma recibido de Vicente de Paúl el que nos habla de misión y caridad.
Los mártires que serán beatificados, y otros cinco claretianos beatificados hace unos días en Barcelona, donde también estuve, se suman al número de casi doscientos con que cuenta ya nuestra Iglesia burgalesa. Son una cifra significativa de testigos que entregaron su vida durante la persecución religiosa acontecida en España a principios del siglo XX. Bien podemos decir que el Señor ha bendecido a nuestra tierra burgalesa con su admirable testimonio de fidelidad que merece la pena ser guardado. Su sangre derramada visibiliza la riqueza espiritual y las hondas raíces cristianas de nuestra Iglesia local.
Para nosotros, su vida y su muerte son realmente un don, una gracia y un ejemplo. Acercarnos a la vida de estos contemporáneos nuestros, siempre nos estimula y nos ayuda a descubrir la grandeza y la belleza del seguimiento de Jesucristo. Nosotros, que queremos ser «discípulos misioneros», encontramos en ellos modelos de referencia. Todos ellos fueron hombres y mujeres, la mayoría jóvenes, que descubrieron en sus vidas la hermosura del encuentro con Cristo; un encuentro que no deja indiferente al corazón humano y que sabe que no es lo mismo haberse encontrado con Cristo que permanecer cerrado a su misericordia. Todos ellos, además, cultivaron este encuentro en el seno de sus familias, profundamente cristianas, que regaron con su ejemplo y acompañamiento la semilla de la fe sembrada en el Bautismo. Todos ellos –y es este un dato que encontramos en sus biografías– decidieron valientemente el martirio, pues todos entregaron su vida en libertad. Se puede decir con firmeza que hicieron suyas las palabras del Maestro, en los momentos antes de su Pasión: «Nadie me quita la vida, soy yo quien la entrego libremente» (Jn 10, 18).
¡Qué bello regalo y qué hermoso motivo de acción de gracias poder empaparnos del testimonio de vida y de muerte de todos estos nuevos beatos que nos son tan cercanos! La suya fue una vida donada por fidelidad y por amor a Cristo y a los hermanos, especialmente a los más pobres. Porque sabemos que el martirio nunca se improvisa: es el fruto maduro de una vida fiel, que quiere permanecer en el amor de Dios. Cuando toda la vida es don y entrega, vida gastada y desgastada a favor de los hermanos, el martirio no es sino el sello último de una melodía bien interpretada.
Al recordar a estos hombres y mujeres, que la Iglesia reconoce públicamente como mártires de Cristo, no lo hace desde el resarcimiento o reapertura de viejas heridas: lo hace desde la certeza de que nuestro mundo y nuestra Iglesia necesitan de muchos testigos, como ellos, del perdón y del amor, de la fidelidad y de la entrega, de la reconciliación y de la paz. Sobran motivos para que su memoria no permanezca en el olvido. Todos ellos son un signo preclaro de lo que la gracia es capaz de hacer en el corazón de quien se deja modelar por Él.
Siempre se ha dicho y comprobado que «la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos». Desde esa certeza, nos acogemos a la intercesión de estos nuevos beatos para que nuestra Iglesia de Burgos siga engendrando a nuevos hijos a la fe, que sean testigos valientes de Jesús y de la alegría del Evangelio.