Evangelización y crecimiento en la vida cristiana
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
La actividad pastoral en nuestra diócesis se ha puesto en marcha. A nivel parroquial se van retomando los quehaceres eclesiales. En el ámbito arciprestal durante estos días se ha estado eligiendo a los nuevos arciprestes, pues el cargo de los anteriores ya ha concluido. Y los distintos organismos diocesanos retoman sus tareas a fin de llevar adelante nuestro Plan Pastoral.
Al concretar una de las prioridades de este Plan decíamos que «queremos ser una Iglesia de creyentes maduros en la fe y responsables en la comunidad cristiana y en la sociedad». Necesitamos para ello ir recorriendo un proceso importante de evangelización y formación cristiana; y en ese proceso hay un tema transversal, que es la catequesis a la que quiero referirme en esta reflexión de hoy. Como os decía en semanas anteriores, entre las preocupaciones e inquietudes que nos urgen, por amor a esta Iglesia y sociedad concretas, está la transmisión de la fe, de modo especial en el proceso de la iniciación cristiana. En este horizonte hemos de situar y alentar la tarea catequética teniendo clara conciencia de que los catequizandos de hoy serán nuestra Iglesia de mañana.
La Iglesia siempre ha ofrecido formación cristiana a los nuevos miembros que se iban incorporando a ella, con el fin de hacerles capaces de entender, celebrar y vivir el Evangelio de Jesucristo y participar en su misión. En sus primeros tiempos, sintió por una parte la necesidad de realizar el anuncio misionero del Señor para mostrar la peculiaridad cristiana, y por otra promover la iniciación cristiana de los convertidos en una verdadera «escuela de fe», en una propuesta educadora de la fe inicial de los creyentes en todas sus dimensiones: como conocimiento experiencial y doctrinal de Cristo, como oración y celebración, como formación moral y como compromiso transformador y misionero, que son metas, todas ellas, de la catequesis. Hoy, en nuestra sociedad plural, hemos de recuperar la auténtica acción catecumenal, esto es, un verdadero proceso de catequesis de iniciación cristiana, que no puede quedar reducida tan sólo al ámbito infantil y sacramental.
Sabemos que el objetivo de la catequesis es llevar al verdadero encuentro con Jesucristo. Supuesta la conversión inicial de alguien al Señor, la catequesis se propone fundamentar y madurar esta primera adhesión para entablar una profunda relación de amistad con él: conocer su persona, el Reino de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, los senderos que él ha trazado para quien quiera seguirle. Esta comunión de vida con Cristo lleva a unirse con cuanto es de Cristo: con Dios, su Padre, con su Espíritu, con la Iglesia, su cuerpo, y con los hombres, sus hermanos, cuya suerte quiso compartir a fin de salvarnos. El encuentro ca-tequístico es un anuncio de la Palabra y está cen-trado en ella, pero siempre necesita una adecuada ambientación, una atractiva motivación, y el uso de símbolos significativos y elocuentes.
El Papa Francisco, con motivo del Congreso Internacional sobre Catequesis que tuvo lugar este verano (en la Universidad Católica de Buenos aires), dirigió un mensaje en el que nos dice: «Es bello creer en Jesús, porque Él es el camino, la Verdad y la Vida que colma nuestra existencia de gozo y alegría... Es preciso cultivar el don de la fe que se ha recibido, a fin de que los actos y las palabras reflejen la gracia de ser discípulos de Jesús... Esta búsqueda de dar a conocer a Jesús, nos llevará a encontrar nuevos signos y formas para la transmisión de la fe. Y en la búsqueda creativa de dar a conocer a Jesús, no debemos sentir miedo porque Él nos precede en esa tarea: El ya está en el hombre de hoy y allí nos espera».
Qué duda cabe, como decía también San Juan Pablo II, que «la catequesis ha sido siempre, y seguirá siendo, una obra de la que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable. Pero sus miembros tienen responsabilidades diferentes, derivadas de la misión de cada uno». Toda la comunidad cristiana ha de sentirse interesada en la tarea evangelizadora, aunque esta responsabilidad de la catequesis en concreto es realizada, pública y oficialmente, por los catequistas, a quienes la Iglesia encomienda este servicio. Ya sé que esta tarea no es fácil. Sin embargo, os invito a todos a vivirla con entrega generosa. Me alegro por las múltiples propuestas catequéticas que se despliegan en nuestra diócesis; os felicito a todos vosotros catequizandos y familiares. Y de manera especial os agradezco a tantos catequistas vuestro servicio y formación constante; conozco vuestras dificultades, pero ante todo me admira vuestra entrega permanente.
Como decía un antiguo pensador cristiano (Tertuliano), «el cristiano no nace, se hace», se va haciendo. Mi deseo y apoyo para que entre todos vayamos edificando una Iglesia que, a la vez que se siente iniciada en la fe, es iniciadora y formadora de nuevos cristianos que, como decíamos al comienzo, queremos ser «maduros en la fe y responsables en la comunidad cristiana y en la sociedad».