Construyendo el futuro de nuestra diócesis
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Como ya os decía el domingo pasado, al iniciarse este nuevo curso pastoral, deseo invitaros con toda intensidad, y con la ilusión del primer día, a seguir trabajando todos juntos en el futuro de nuestra Iglesia diocesana. Pronto se cumplirán dos años de mi estancia entre vosotros. A lo largo de los meses, de tantos encuentros y diálogos, he comprobado lo que gracias a Dios vamos consiguiendo en los pasos que hemos ido planificando y he podido ir constatando el amor con el que tantos cristianos se sienten vinculados a la vida eclesial.
Al mismo tiempo he ido percibiendo que hay algunas cuestiones que os preocupan e interpelan precisamente por amor a esta Iglesia concreta, nuestra querida Iglesia en Burgos. De ellas, os invito a que pongamos nuestra atención y trabajo en dos de especial urgencia e importancia: la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, de modo especial en el proceso de iniciación cristiana, y la reestructuración de la diócesis para un mejor servicio pastoral. Son temas de hondo calado, en los que en gran medida está en juego el mañana de nuestra diócesis y el cumplimiento de su misión. Por eso, debemos afrontarlos como discípulos de Jesús, con confianza filial en el Padre y con docilidad al soplo del Espíritu.
Juan Pablo II dijo en más de una ocasión que la misión de la Iglesia estaba todavía en sus comienzos. Era una advertencia, y a la vez una invitación y un estímulo. Sus palabras son válidas también para nosotros hoy. Por eso yo, como obispo vuestro y servidor, ahora que iniciamos el curso pastoral, deseo invitaros a reemprender el camino juntos, recordando unas palabras que el Papa Francisco ha repetido en algunas ocasiones: Mirar el pasado con gratitud, vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza.
Mi ministerio pastoral en esta diócesis tendrá lógicamente una duración limitada, pero mi servicio debe mirar más allá, al futuro que debemos ir forjando; hemos de superar la tentación de querer simplemente prolongar nuestro presente, muchas veces de modo mortecino o resignado. Os invito a hacer actual lo que afirmaba san Juan Crisóstomo: «La Iglesia no envejece jamás, su juventud es eterna». El envejecimiento no se produce en la vida cristiana por el paso de los años sino por la tentación del pesimismo y por el debilitamiento de la esperanza.
Yo debo asumir mi responsabilidad en favor vuestro, pero no puedo hacerlo sin vosotros. En el horizonte gozoso y luminoso de la Pascua, en mi Carta Pastoral Para que tengan Vida, señalaba algunas prioridades para reflejar e irradiar, en la Iglesia y en el entorno social que nos rodea, la Vida que procede de la Santa Trinidad.
Entre otras realidades, allí indicaba la necesidad de configurar comunidades parroquiales que fueran capaces de acoger, de integrar y de ofrecer un espacio vital familiar y atractivo. Ese debe ser uno de los ámbitos y ambientes principales para que la iniciación cristiana no se reduzca a métodos y a estrategias sino a participación en una vida nueva. Debemos por ello discernir y evaluar en nuestra vida eclesial la participación de todos, el compromiso de asumir responsabilidades, la capacidad de generar iniciativas y proyectos. En ese dinamismo adquiere todo su sentido y continuidad el importante proceso de la iniciación cristiana. En este cometido debemos trabajar y abrir el camino de ese futuro que Dios espera de nosotros.
Con parroquias maduras y conscientes podremos afrontar la reestructuración de nuestra diócesis. Es un tema complejo por la diversidad de situaciones, sobre todo por la diferencia entre el ámbito urbano y el rural. Debemos ser imaginativos y valientes, porque la atención pastoral y la vida de las parroquias no debe caer en la rutina de la costumbre. Son muchos los factores, conocidos por todos vosotros, que exigen planteamientos nuevos, que debemos elaborar entre todos.
Como advierte el Papa, los pastores no tenemos el monopolio de las soluciones. Debemos avanzar, dice él, «discerniendo con nuestra gente y nunca por nuestra gente o sin nuestra gente», porque los laicos «son parte del Santo Pueblo de Dios y por lo tanto los protagonistas de la Iglesia y del mundo».
La mirada de fe y de esperanza hacia el futuro despierta siempre ilusión y voluntad de servicio. Pido al Señor que el amor a la Iglesia suscite una renovada ilusión en los laicos, en los sacerdotes, en los consagrados, para que yo pueda caminar con vosotros y en medio de vosotros sirviendo a nuestra amada Iglesia en Burgos.