Discípulos misioneros: con renovado impulso, servicio y entrega
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Recuerdo haber visto un cartel que estaba a la puerta de un establecimiento, a modo de publicidad o de reclamo después del verano, en el que se leía: «las vacaciones terminan, el servicio sigue». Pienso que no es mal slogan para retomar también nuestro servicio pastoral que, sin dejar de haberlo ofrecido durante los meses veraniegos, sí podemos y debemos hacerlo ahora con la fuerza, el impulso, y la novedad de todo lo que empieza.
De nuevo nos ha llegado septiembre. Muchos de nosotros hemos podido disfrutar algún tiempo de vacaciones; otros, por motivos diversos, no habéis tenido esa posibilidad. En ambos casos, el verano siempre implica unos ritmos diversos y, mientras se puede, más relajados. Los cristianos sabemos que todo tiempo es un regalo que Dios nos concede para vivir su presencia y comunicarlo en nuestra vida diaria. Ahora nos toca volver a las tareas pastorales en las que estamos embarcados en nuestra Iglesia de Burgos con un claro estilo de renovada ilusión, impulso, servicio y entrega.
Contamos con el Plan Pastoral que el curso pasado nos proponíamos, para ir siendo cada día mejores discípulos de Jesús y cada vez más misioneros comunicadores del Evangelio. Ante la invitación del Papa Francisco queremos seguir profundizando personal, comunitaria y diocesanamente en nuestro discipulado misionero. «En todos los bautizados, nos dice él, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar... Esta convicción se convierte en una llamada dirigida a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que nos salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo... Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos 'discípulos' y 'misioneros', sino que somos siempre 'discípulos misioneros». Por ello, es importante que nuestro horizonte se sitúe, como se dice en el Plan Pastoral, en «caminar como diócesis hacia una Iglesia más misionera en continua conversión».
Como ya os he dicho en otras ocasiones, ahora que comienza un nuevo curso, hemos de volver a salir todos juntos, como Iglesia diocesana, al encuentro de esas necesidades y expectativas que anidan en el corazón de las personas, la sociedad y la propia Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, que se acerca a pedir agua a la mujer samaritana para poder ofrecerle «agua viva», «un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (cf.Jn4,9-14). Como aquella mujer, también nosotros y nuestros contemporáneos encontramos en Jesús, muerto y resucitado la Vida, con mayúscula, que nos plenifica y nos colma de esperanza y alegría.
Los hombres y mujeres de nuestra tierra, en este tiempo no fácil que nos toca vivir, necesitan el Evangelio, para que él sea luz en el horizonte, calor en el corazón y fermento de esperanza en la vida de cada día. Es el Espíritu del Señor el que es capaz de dar Vida a nuestras vidas y reanimar con su fuerza la misión del Pueblo de Dios, pero cada uno de los bautizados, como despliegue de la gracia bautismal, ha de contribuir a que la Iglesia se vaya edificando y pueda realizar esa misión tan necesaria para la humanidad.
Cada bautizado es piedra viva del templo que el Espíritu va construyendo en la historia humana (cf. lPe 2,5). Porque la Iglesia no es para sí misma; y así sabemos que viviendo realmente como Iglesia estamos construyendo un mundo mejor, como humanidad renovada, en nuestra sociedad burgalesa. Por eso, nuestra Iglesia diocesana necesita seguir a la escucha de lo que el Espíritu le viene pidiendo. Por ser una realidad viva, requiere mirar hacia delante, proyectarse, buscar las vías adecuadas para que su misión evangelizadora sea más significativa, atrayente y estimulante. Tomar conciencia de ello nos ha de ayudar a no instalarnos en lo que se viene haciendo siempre y a encarar con «nuevos métodos y nuevo ardor», como decía nuestro querido S. Juan Pablo 11, este gran desafío misionero, afrontando las prioridades ineludibles que vamos descubriendo.
Y todo desde un estilo claro como Iglesia diocesana: siempre en camino, queriendo vivir el espíritu y la práctica de la «sinodalidad»; es decir, del camino compartido, del discernimiento comunitario, de la corresponsabilidad afectiva y efectiva. Ojalá que todos, cada uno al nivel de sus posibilidades y responsabilidades, estemos dispuestos a seguir siendo discípulos misioneros, porque aún nos queda mucho camino por andar. Os invito a ello de corazón, al tiempo que pido a Dios en este comienzo de curso para cada uno de vosotros, familias, instituciones, trabajos, situación y circunstancias sean las que fueren, su inmensa y misericordiosa bendición.