Dios se manifiesta para ser luz de todas las gentes

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

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Estamos cerrando ya este tiempo tan intenso de la Navidad. Y, de diversas maneras, nuestras celebraciones cristianas nos han ido mostrando la bondad y el amor de nuestro Dios. El día de Navidad lo contemplábamos hecho carne de nuestra carne; el día de año nuevo dirigíamos la mirada agradecida a Santa María, Madre de Dios, pidiéndole con insistencia la paz para todo el mundo; el viernes, celebrábamos la fiesta de la Epifanía del Señor; y hoy festejamos su bautismo. Son diversos acontecimientos que nos invitan a actualizar el único misterio del Dios-con-nosotros.

En particular, la fiesta de la Epifanía -palabra que significa manifestación-, conocida popularmente como el Día de los Reyes Magos, amplía el horizonte para hablarnos de Cristo, luz de las gentes. Y lo hace bajo un doble significado: el primero es la revelación de la gloria infinita del Hijo unigénito del Padre; y, el segundo, la llamada universal de todos los pueblos a la nueva vida en Cristo. Dios ha venido y está viniendo para que todas las personas, sean de cualquier raza, lengua, cultura o zona geográfica, puedan experimentar la alegría de la fe en su existencia. Es la fiesta de la manifestación del Señor a todos los pueblos, no sólo al judío. Es lo que quiere mostrarse con el episodio de la adoración de los Magos, evangelio clásico de esta festividad. Es lo que la tradición cristiana popularizó al representar a tres reyes que recogían las culturas conocidas en aquella época desde occidente. Los Magos, que aparecen en el Evangelio de Mateo, representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios; en ese Niño, Dios se manifiesta a toda la humanidad.

Y si ese día veíamos a Jesús-niño, hoy lo contemplamos saliendo a anunciar la Buena Noticia. Jesús se acerca a Juan para recibir su bautismo. El cielo se abre, mostrando la cercanía entre Dios y los hombres; Jesús es ungido por el Espíritu; y el Padre le muestra ante el mundo como su Hijo Amado. A partir de ese momento comienza a manifestarse la luz salvadora de Dios, con obras y palabras, en su caminar entre los más necesitados hasta su culminación en la Pascua. Hoy la Iglesia tiene la tarea de anunciarlo y de llevar su luz hasta los confines de la tierra. El Papa Francisco dice a este propósito que “anunciar el Evangelio de Cristo no es una opción más entre otras posibles, ni tampoco una profesión... se trata de la vocación de la Iglesia, que ilumina la vida de las personas y los pueblos”... “la Iglesia, añade el Papa, no puede pretender brillar con luz propia sino con la luz de Cristo”. “Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la medida en que la Iglesia está unida a Él, en la medida en que se deja iluminar por Él, ilumina también la vida de las personas y de los pueblos”.

Por ello, estos días han de tener un marcado carácter de agradecimiento a Dios, luz del mundo y de nuestras vidas. Gratitud a tantas personas, mayoritariamente anónimas, que hicieron posible que el Evangelio se fuera difundiendo con celeridad. Gracias a ellos, nuestros antepasados y nosotros mismos podemos disfrutar del gran don de ser creyentes. Gracias a su vida tesvideña: timonial, el mundo, a pesar de sus crisis, enfrentamientos y pecados, puede mostrar mejor el Reino que Dios; quiere ir edificándolo para que todos nos sintamos hijos de este Dios Padre y hermanos de todos los hombres.

Nuestro agradecimiento se alarga a los misioneros que entregan su vida para manifestar la luz de Dios entre todas las gentes. Es especial, a los procedentes de nuestra Iglesia en Burgos, pues como les decía en mi carta de felicitación na“siento la emoción de la universalidad de la Iglesia, porque desde esta Iglesia madre vosotros habéis llegado a los cinco continentes para anunciar el amor de Dios a la humanidad, la Buena Noticia que acogemos y contemplamos en Belén ... Toda la diócesis os acompaña, considera vuestros trabajos apostólicos como expresión de la catolicidad a la que todos somos llamados ... Os recordamos con afecto. Damos gracias a Dios por vosotros, por vuestras vidas entregadas al servicio de la misión”.

Dado que estas fiestas actualizan el gran amor que Dios tiene a la humanidad, nosotros, junto al agradecimiento, hemos de sentirnos llamados a colaborar para que nuestro Dios se pueda manifestar como luz entre todas las gentes burgalesas. Para ello, qué mejor que retomar con esfuerzo y esperanza nuestro programa diocesano: Discípulos misioneros. A fin de cuentas, con él, bajo el aliento del Espíritu, queremos convertirnos de nuestras rutinas (personales, comunitarias e institucionales) para poder sentir con mayor cercanía el amor primero de Dios hacia nosotros y manifestarlo vitalmente en todos los momentos, rincones y ambientes diocesanos. Ojalá Dios ilumine nuestras vidas para que podamos reflejar su luz. Muchas personas esperan de nosotros este compromiso misionero, porque necesitan a Cristo, necesitan conocer el rostro del Padre, reconocerse como hijos suyos y saber vivir como hermanos.

Parroquia Sagrada Familia