Vivir mejor con menos
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El próximo domingo celebramos la gran fiesta de la Navidad. Caminamos en la esperanza del Adviento actualizando un año más la venida del Señor a nuestro mundo y a nuestras vidas. El Apóstol Pablo en su carta a Tito (2,12-14) aconseja e invita a aquella primera comunidad a llevar «una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo». Lejos de esa vida sobria y austera, que sabe vivir con menos para que otros puedan vivir, nuestra sociedad consumista ha identificado estos días con hábitos que se alejan mucho de lo que significó aquel acontecimiento de gracia: la presencia de un Dios pobre entre los pobres. Las razones de esta avidez de consumo quizás las podamos encontrar en lo que nos dice la encíclica Laudato Si del Papa Francisco: «Cuando las personas se vuelven autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia, acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir».
No hace falta recordar los efectos destructivos que puede producir este nivel de vida, de producción y de consumo que, por otra parte, a todas luces resulta imposible de sostener. La encíclica a la que antes me refería, apunta algunos de esos males. En primer lugar, con respecto al propio planeta, nuestra «casa común», en lo que supone de producción de infinidad de basuras y de residuos; en lo que conlleva de contaminación y de efectos en el cambio climático; en lo que comporta de dilapidación de recursos que no nos pertenecen, sino que los tenemos en préstamo para las futuras generaciones.
También estos estilos de vida tienen sus consecuencias con respecto a las relaciones fraternas que han de presidir los encuentros humanos. El consumismo nos encierra en nuestro propio bienestar, en nosotros mismos, haciéndonos incapaces de la solidaridad frente a la miseria que deshumaniza. Además, como reflexiona el Papa Francisco, es interesante preguntarnos si la violencia de nuestro mundo no tiene que ver con la «obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos pueden sostenerlo». O, preguntarnos, como se preguntan los Obispos de Nueva Zelanda, qué significa el mandamiento ‘no matarás’ cuando un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que resta a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir.
El consumismo es, pues, una visibilización más de esta sociedad del descarte que es preciso afrontar. La espiritualidad cristiana nos aporta importantes herramientas que nos permiten recrear alternativamente esta cultura, haciéndola florecer en un equilibrio sano de relaciones con la naturaleza, con los hermanos, con uno mismo y con Dios. «La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco». Disfrutar de todo, por pequeño que sea, sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos; valorar cada cosa y cada momento, evitando poner la felicidad en el consumo ávido de más y perdiendo así la libertad que nos da el momento presente; cuidar nuestros deseos y primar la satisfacción de lo que verdaderamente se necesita. Es la sabiduría y la convicción de que no siempre «más es mejor» sino que “menos es más». «Vivir mejor con menos», expresión que parece un slogan, es mucho más que eso: es una invitación a aprender a vivir de otra manera, a sentir la satisfacción de la vida sencilla, a saber compartir con los que no tienen o tienen menos, a experimentar la felicidad de los pequeños gestos de austeridad, para ser solidarios con lo demás.
Esta espiritualidad es la que aprendemos en Jesús de Nazaret, especialmente en estos días de la Navidad. Su misterio en el portal de Belén es siempre una provocación a llenar de Dios nuestro corazón y a cambiar así nuestros estilos de vida. Me uno a los deseos que el propio Papa Francisco expresó las navidades pasadas: «En una sociedad ebria de consumo, de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Dios nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante». Esto es lo que, a lo largo de la historia, han vivido y encarnado tantos hombres y mujeres de Iglesia como testimonio del nacimiento de una nueva humanidad. Esto es también lo que yo os propongo para esta Navidad que nos disponemos a celebrar.