Celebrando la Constitución
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El pasado martes celebrábamos la fiesta de la Constitución Española. Esta es el marco legal que nos dábamos los españoles hace casi cuarenta años y que nos ha servido como punto de convergencia válido en nuestra sociedad democrática y plural. Como decíamos los Obispos españoles, en la instrucción Pastoral «Orientaciones morales ante la situación moral de España», la Constitución de 1978 «ha propiciado años de estabilidad y prosperidad, con las excepciones de las tensiones normales de una democracia moderna»y solo fue posible «sobre el trasfondo espiritual de la reconciliación, basada en el consenso de todas las fuerzas políticas». Quizás en el momento político que vivimos debiéramos volver a aquella experiencia comunitaria. Entresacar y reproducir los elementos fundamentales que la propiciaron nos puede permitir seguir avanzando como sociedad y como pueblo.
De entre ellos me permito bucear en dos que me parecen importantes. En primer lugar, la búsqueda del bien común que es la brújula y la esencia de toda actividad política. A ello me referí ya en un mensaje reciente. Sigo pensando, en palabras de los Obispos españoles, que «la grandeza de la democracia consiste en facilitar la convivencia de personas y grupos con distintas maneras de entender las cosas, con igualdad de derechos y en un clima de respeto y tolerancia». La pluralidad y la diversidad son una riqueza en toda sociedad, que ha de ser correctamente gestionada en la búsqueda de lo que es bueno y verdadero
Es precisamente en esa correcta búsqueda donde se ha de situar la vida democrática. Esta es, lo sabemos, una manera privilegiada de organizar la convivencia ciudadana y de garantizar la participación de todos en las tareas comunes. Pero dichos procedimientos han de estar asentados sobre valores éticos que nacen de la verdad del hombre que puede ser conocida por la recta razón. Prescindir de estos valores éticos que permiten la búsqueda correcta del bien común, como nos prevenía Juan Pablo II, provocan que la democracia se convierta «en un totalitarismo visible o encubierto».
Hay un segundo aspecto importante, de la experiencia que dio nacimiento a nuestra presente Constitución, que me parece necesario recordar. Me refiero al compromiso político de muchos cristianos que, desde su fe, favorecieron aquel momento. Sin duda que aquel clima fue propiciado, también, por la fecundidad cultural y social del cristianismo aportada por hombres y mujeres que descubrieron la relevancia pública de su fe.
Es esta, quizás, otra de las asignaturas pendientes hoy de nuestra Iglesia: redescubrir la dimensión política de nuestra fe que nos lleva a estar presentes en los nuevos areópagos donde se fragua el futuro de nuestra sociedad. Vivimos entre los hombres, con las mismas obligaciones y los mismos derechos; participamos, como los demás, en las solicitudes y trabajos de cada momento, sufrimos influencias semejantes y nos vemos interpelados por los mismos acontecimientos y situaciones. El mandato del Señor y la misión recibida nos vincula estrechamente al bien de nuestros conciudadanos y a la vida de la sociedad entera. Como ciudadanos, los cristianos comparten con el resto de sus contemporáneos las mismas responsabilidades sociales, económicas y políticas. Participar en ellas se convierte, especialmente para los cristianos laicos, en un derecho y en una obligación de acuerdo a sus convicciones religiosas y morales. Es esta una valiosa aportación que podemos hacer hoy a nuestra sociedad tan ávida de referentes espirituales y morales.
Me gustaría desde aquí estimular a los católicos a hacerse más presentes en la vida pública. El objetivo de esta presencia, lo sabemos, no es la búsqueda del poder o del propio provecho institucional, sino el servicio desinteresado y el interés por poner a la persona humana, especialmente los más desfavorecidos, en el centro de la vida política, económica y social. Junto a esta invitación, no puedo por menos de agradecer y animar a tantos cristianos que, muchas veces desde el silencio, viven su compromiso de fe en estas esferas públicas como su aportación valiosa a la Iglesia y a la sociedad. Porque la fe en el Señor, Jesús, y la misión recibida nos vincula estrechamente al bien de nuestros conciudadanos y a la vida de la sociedad entera.