La Inmaculada Concepción: el esplendor de la nueva creación

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

En el pórtico del Adviento, cuando nos preparamos para la Navidad, nos encontramos con María, la Madre de Jesús, en la fiesta de su Concepción Inmaculada. Esta fiesta nos ayuda a comprender mejor el protagonismo de la Virgen en el misterio de la salvación y a profundizar nuestra preparación para acoger al Jesús que nace en una humanidad necesitada de redención.

El ‘Directorio sobre la piedad popular y la liturgia’ recuerda que la manifestación del Salvador en Navidad y en Epifanía tiene un marcado carácter mariano. No podemos entender ni celebrar la Navidad sin la presencia de María. La fiesta de su Concepción Purísima se armoniza muy bien con los temas centrales del Adviento. Por eso pide que la novena, con la que se la honra y venera y que constituye una expresión magnífica de la piedad popular, destaque los textos que, partiendo de la primera promesa del Salvador tras el pecado original (Gn 3,15), desembocan en el saludo de Gabriel a la llena de gracia (Lc 1,28) y en el nacimiento del Emmanuel (Lc 1, 31-33).
La Virgen María pertenece al núcleo central de nuestra confesión de fe, como lo expresamos en el credo: «nació de santa María virgen». Desde ese núcleo irradia toda su luminosidad la Concepción Inmaculada. María fue llamada por el Padre para ser la madre de su Hijo por medio del Espíritu. Ella, desde el momento de su concepción, debía ser signo del amor trinitario, origen y contenido de la salvación. El mismo Dios preparó una «digna morada» para el Hijo encarnado, y por ello la preservó del pecado original a fin de que en ella brillara el esplendor de la gracia y en nosotros se alimentara la esperanza de una humanidad renovada.
Los cristianos han sentido de modo espontáneo una profunda sintonía con esta verdad de fe. El dogma fue definido en 1854. Pero el sentido de fe de los fieles (el sensus fidei en el que tanto insiste el Papa Francisco) lo había creído, vivido y celebrado desde hacía siglos. En María, la Purísima y ‘la toda santa’ (como dicen los orientales), el pueblo creyente percibía la presencia y la acción de la Trinidad, la gracia y la esperanza que brotan del misterio pascual y que se habían anticipado en aquella que iba a ser madre de Cristo y madre nuestra.
El creyente se ve seducido por la pureza transparente de María, porque en ella descubre el reflejo de la belleza misma de Dios. María es no sólo un modelo, es garantía de la cercanía misericordiosa de Dios y de su capacidad transformadora. Ella nos regala la confirmación de nuestra esperanza, de nuestra dignidad y vocación: estamos llamados a recuperar la bondad y la inocencia que nos corresponden a cada uno de nosotros en cuanto imagen de Dios. En medio de una creación amenazada por el pecado, en María se manifiesta el esplendor de la nueva creación.
En una de sus catequesis Juan Pablo II recordaba las hermosas palabras de San Andrés de Creta, el primero que ya en el siglo VIII vio en el nacimiento de María una nueva creación: sobre la concepción de María, dice que «la humanidad, en el fulgor de su nobleza inmaculada, recupera su antigua belleza que el pecado había oscurecido». En ella comienza la restauración de nuestra naturaleza humana y el mundo envejecido recibe las primicias de la nueva creación. También el Papa Francisco señala que «en la Concepción Inmaculada de María estamos invitados a reconocer la aurora del mundo nuevo, transformado por la obra salvadora del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Que la devoción a la Virgen Inmaculada suscite en todos nosotros una oración de alabanza a Dios por las maravillas que ha realizado en María, de acción de gracias por el don que en Ella nos ha regalado, de petición de perdón por nuestras infidelidades y de súplica para que también nosotros, como Iglesia, reflejemos la belleza de la humanidad renovada.

Parroquia Sagrada Familia