Un año entre vosotros. Vivamos juntos la gratitud y la esperanza del Adviento
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Un año más el Señor, por medio de su Iglesia, nos invita a reanimar nuestras esperas y esperanzas. Este domingo comenzamos el Adviento, tiempo litúrgico que nos marca un ritmo más intenso para preparar la venida y acogida del Hijo de Dios, la Navidad. Nuestra fe nos habla de una triple venida de Jesucristo al mundo. Por ello, en este tiempo recordaremos con ternura, en nuestras casas, templos y felicitaciones, su primera venida hace unos dos mil años naciendo en Belén. Estamos a la espera de su última venida al final de los tiempos. Estamos viviendo, como os decía en la Eucaristía de clausura del Año Santo, en un tiempo intermedio en el que Dios sigue haciéndose próximo en la debilidad y en la grandeza de la persona humana.
Nuestra espera, animada siempre por la esperanza cristiana –como insistía en la misma homilía– ha de ser activa, comprometida. Algo así como cuando esperamos que venga a nuestro encuentro algún amigo o persona querida. Hemos de prepararnos personalmente para que el encuentro con el Señor que viene sea más hondo y verdadero; hemos de intentar que nuestras comunidades y nuestra Iglesia sean más evangélicas y acogedoras para que todos puedan sentirse como en su casa; hemos de convertir nuestra evangelización, a veces rutinaria, para que el Dios del Amor, en todas sus mediaciones, se haga el encontradizo con los hombres.
En un mundo que progresa, que se supera a sí mismo en las conquistas del confort y de la ciencia, en una sociedad en que, a pesar de todo ello, no puede quitarse de la vista la angustia, la inquietud y el sufrimiento de innumerables rostros, los cristianos somos invitados en el Adviento a practicar la espera de los bienes divinos, a acoger la presencia y la cercanía de Dios que pone su tienda entre nosotros, a dar testimonio de nuestra esperanza ante los ojos de los ciudadanos, a la par que colaboramos con tantos hombres y mujeres que anhelan un mundo mejor.
El hecho de celebrar mañana mi primer aniversario como obispo vuestro al servicio de esta Iglesia diocesana es para mí motivo de aliento y de gratitud. He comprobado que Burgos es una Iglesia viva, que camina y avanza de modo positivo. Me ha impresionado la mucha gente buena que me encuentro, y que no percibo divisiones ni grupos enfrentados. Sois gente castellana, serios por fuera pero nobles y cálidos por dentro. Bien puedo decir, a semejanza de san Pablo: vosotros sois mi gozo y mi esperanza.
Yo por mi parte he procurado, y lo seguiré haciendo, ser cercano con todos para serviros mejor, pues no sé ser de otro modo. Mi referencia para la vida diaria ha sido intentar ser como Jesús en su trato con los demás, como hicieron y siguen haciendo sus seguidores más coherentes. Dios me hizo percibir desde el principio de mi quehacer como sacerdote que mi vida la había recibido para servir. Hace ya 48 años que el Señor me llamó para ser servidor y mediador suyo en favor de los demás en mi ministerio sacerdotal, de los cuales los 21 últimos años han sido de servicio episcopal. Dios me hizo entender que así debería ser mi vida y así se refleja en mi lema episcopal: «Para que tengan vida». Y para que otros tengan vida yo tengo que poner la mía a su servicio y disposición.
Por todo ello, me invito y os invito en este tiempo de Adviento a seguir caminando, sabiendo que cada día empieza algo nuevo que forma parte de una bella historia humana que, abierta a Dios, sin dejar de ser humana, va siendo al mismo tiempo historia de salvación. Así nos lo hemos propuesto en el Plan diocesano que nos impulsa a vivir como «discípulos misioneros». Discípulos que intentan a lo largo de su vida seguir a Jesucristo en actitud de continua conversión. Misioneros que cuenten y contagien a los demás lo que para nosotros es lo más importante, lo que da sentido fundamental a nuestras vidas: Jesucristo.
Como decimos en la liturgia de este tiempo, avivemos «al comenzar este Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene, acompañados por las buenas obras», sabiendo que «el mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria» viene ahora a nuestro encuentro en cada rostro y en cada acontecimiento, «para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su Reino». ¡Ven, Señor Jesús!