Culminamos el Año de la Misericordia, para que sea el aliento de nuestra vida

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Este domingo de Jesucristo Rey del universo celebra el Papa en Roma la clausura del Año de la Misericordia. A lo largo del mismo nos ha ido ofreciendo reflexiones llenas de sentido espiritual, interpelaciones cargadas de exigencia y gestos de gran importancia simbólica y de fuerte repercusión social, como ha sucedido recientemente en el jubileo de los presos o de las personas sin techo.

Fue un prólogo magnífico el acto que celebró en Bangui, en un país martirizado del África central, del que ya os hablé en uno de mis primeros mensajes dominicales. Su magisterio pontificio y su testimonio personal nos han ayudado a descubrir con más hondura y cercanía el modo de ser de Dios, y asimismo uno de los rasgos fundamentales de la conversión pastoral y de lo que llamamos salida misionera.

En nuestra diócesis, como en la mayoría de las Iglesias locales, la celebración de clausura se anticipó una semana, el pasado sábado 12 de noviembre. Esa intensa jornada tuvo para mí un significado especial, pues la apertura del Año Santo fue uno de los primeros actos que presidí como pastor de esta diócesis. Por eso, contemplo el año transcurrido como una profunda, hermosa y continua experiencia de misericordia que he compartido con vosotros y entre vosotros.

Estos meses han estado jalonados de actividades de muy diverso carácter: celebraciones litúrgicas con particular relieve dado a la Eucaristía y a la reconciliación sacramental, conferencias y charlas para públicos distintos, reflexiones pastorales sobre las exigencias de la misericordia, práctica concreta de las obras de misericordia... Todo ello se ha realizado a nivel diocesano, arciprestal y parroquial, e igualmente movimientos y asociaciones lo han tenido muy presente en sus actividades. Especial hondura y significado ha revestido siempre la celebración jubilar del paso por la Puerta Santa tanto en la catedral como en los templos designados para ello. Por eso al concluir este Año Santo no puedo dejar de expresar mi gratitud a la Comisión Diocesana que ha planificado y acompañado tan numerosas acciones evangelizadoras y a todos aquellos que de modo diverso han vivido y testimoniado el significado auténtico de la misericordia.

Providencialmente la celebración de clausura ha coincidido con el día de la Iglesia diocesana, y por eso ha estado realzada por el IX Encuentro Pastoral Diocesano. La experiencia de la misericordia ha contribuido, como os decía el domingo pasado, a vivirla como una fiesta entrañablemente familiar, facilitando el mutuo conocimiento de quiénes somos y de lo que hacemos.

Fue jornada de puertas abiertas (no puede ser de otro modo en la familia) y de presentación de ilusionantes experiencias pastorales para que todos pudiéramos conocer la realidad concreta de la misericordia; hubo ocasión de compartir en torno a la mesa para consolidar nuestras relaciones humanas y eclesiales; la Eucaristía posterior fue por una parte punto de llegada de un itinerario recorrido conjuntamente, cima y cumbre para redescubrir la misericordia de Dios manifestada en la entrega de Jesucristo, y a la vez también punto de partida para que la misericordia siga tejiendo nuestra vida espiritual, nuestras prácticas pastorales y nuestra conversión misionera.

Como os decía en la homilía de aquella Eucaristía, al finalizar el año litúrgico descubrimos que nos encontramos en un tiempo intermedio, caracterizado por tres dimensiones fundamentales: es tiempo de discipulado, para anunciar, testimoniar y comunicar lo que descubrimos en el seguimiento de Jesús; es tiempo de misericordia, para experimentar el amor inagotable de Dios por todos y especialmente por los más vulnerables; es tiempo de esperanza activa, para que nos comprometamos haciendo presentes en nuestro mundo los bienes prometidos. Todo esto lo seguiremos profundizando y celebrando en el Adviento ya próximo, con la ayuda del Señor.

Parroquia Sagrada Familia