El Sagrado Corazón de Jesús, rostro de la misericordia de Dios
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El segundo viernes después del día de Pentecostés celebra la Iglesia la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, al cual está dedicado tradicionalmente el mes de junio. Por eso este domingo, en el Año de la Misericordia, os invito a descubrir el valor de esa devoción y a integrarla en vuestras prácticas de piedad. El Papa Francisco sintetiza de un modo tan sencillo como profundo lo esencial de esta devoción: «¿Quieren aprender a amar? Miren el Corazón de Jesús». Y de esta fiesta nos dice que «es la fiesta del amor», un corazón que ha amado tanto, que es la máxima expresión humana del amor de Dios.
La veneración al Sagrado Corazón de Jesús ha impregnado de modo visible, bajo formas diversas, la vida de la Iglesia: son muchos los templos y monumentos, las congregaciones y asociaciones que llevan su nombre; se han realizado numerosos actos de consagración al Sagrado Corazón tanto de modo individual como colectivo; ha dado origen a prácticas de piedad como los primeros viernes de mes o el Apostolado de la Oración, gracias a lo cual muchos cristianos viven con gozo la cercanía del Dios providente, la participación en la Eucaristía, la frecuencia del sacramento de la Reconciliación, la oración asidua y constante, la preocupación por las necesidades de los otros...
Las raíces de esta devoción son antiguas y profundas. El corazón es considerado en numerosas culturas como el santuario de la persona, como el manantial y la sede de los afectos más íntimos y de las actitudes más intensas. La comunicación de corazón a corazón expresa el ideal de las relaciones sinceras entre las personas. Por ello es comprensible que los cristianos, desde los primeros tiempos, centraran su atención en el pasaje del Evangelio de san Juan que cuenta que al Jesús crucificado uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, haciendo brotar sangre y agua; y recuerda a los lectores otras palabras de la Escritura: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19, 34.37). Juan reconoció en aquel signo, aparentemente casual, el cumplimiento de las profecías: del corazón de Jesús, Cordero inmolado sobre la cruz, brota el perdón y la vida para todos los hombres.
Efectivamente la mirada contemplativa y amante de los cristianos descubrió en el corazón traspasado de Jesús una expresión máxima y conmovedora de la misericordia de Dios: en ese corazón de carne, carne humana como la nuestra, se desvelaban los sentimientos del Hijo enviado como revelador y salvador, que nos amó hasta el extremo. Los cristianos siempre han representado al Resucitado con sus llagas, para no olvidar el duro camino que le condujo al triunfo de la glorificación. El corazón traspasado recuerda la realidad de la Encarnación, la seriedad de su amor, la garantía de su comunicación permanente con nosotros, la victoria del amor sobre el mal y sobre el pecado. Los místicos han experimentado la misericordia de Dios en el corazón de Jesucristo y por ello han sentido la urgencia de devolver amor por amor.
En el siglo XVII la devoción al Sagrado Corazón de Jesús adquirió un desarrollo extraordinario a partir de las apariciones de santa Margarita María de Alacoque en Paray-le-Monial. Esta piedad ejerció un influjo beneficioso en aquellas circunstancias, especialmente como contrapeso a dos tentaciones que aún conservan su seducción entre nosotros: por un lado, frente al racionalismo (que potenciaba la secularización y la irrelevancia de Dios) la devoción al Corazón de Jesús hacía percibir su proximidad, su cercanía, su providencia; por otro lado, frente al jansenismo (que acentuaba el rigorismo moral y justicia de Dios) ponía en primer plano su compasión y su voluntad de perdón. A lo largo del siglo XX Papas como Pío XII o Juan Pablo II, y teólogos influyentes como Congar y Rahner, han recomendado y profundizado esta devoción, mostrando que en el Sagrado Corazón de Jesús se condensa el núcleo del misterio cristiano y de la espiritualidad.
El Año de la Misericordia es una ocasión magnífica para recuperar una rica tradición espiritual que puede enriquecer y alimentar nuestra fe, y nuestro encuentro con el amor que brota de la Trinidad Santa y que se expresa de modo insuperable en el corazón traspasado de Jesús. Al referirnos al corazón de Cristo, nos acercamos a la persona de Jesús en la plenitud de su amor. Y la práctica general de esta devoción, debe tender, sin duda alguna, a amar como Él nos amó y nos sigue amando.