María, madre de la misericordia
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Hemos comenzado el mes de mayo, un tiempo dedicado de manera singular, entre nosotros, a la Virgen María. La piedad popular dirigida a María es diversa en sus expresiones y profunda en sus causas; es un hecho eclesial relevante y universal. Brota de la fe y del amor del pueblo de Dios a Cristo, Redentor del genero humano, y de la percepción entre los sencillos de la misión salvadora que Dios ha confiado a María de Nazaret en cuanto Madre de todos los hombres.
Por lo que os voy oyendo y por lo que veo, en nuestra Iglesia de Burgos la devoción a María es una constante de la vida cristiana. Fruto de ello es el cariño con que cuidáis tantas hermosas tallas marianas, los vestidos y flores con que las adornáis, las bellas e incontables advocaciones que tienen, el esmero que mostráis para mantener y cuidar la multitud de ermitas de nuestra geografía a ella dedicadas, las cotidianas prácticas piadosas personales y comunitarias dirigidas a ella, las romerías y fiestas que en su honor celebráis con alegría y solemnidad.
Este año os invito, de manera singular, a contemplar a María como Madre de la misericordia. Una lectura atenta del relato de la anunciación, así como del Canto del Magníficat, donde se cita expresamente la ‘misericordia’ unida a las bodas de Caná, así como a la escena de María al pie de la cruz, ofrece un precioso compendio bíblico de la acción de la misericordia de Dios en María que puede iluminar con fuerza nuestras vidas y orientar nuestro testimonio actualizado y diario de las obras de misericordia.
María es, entre todas las criaturas, la que encarna el Evangelio de la misericordia divina de forma más pura y bella. Ella es la más pura representación creatural de la misericordia de Dios y el espejo de aquello que constituye el centro y la suma del Evangelio. Refleja todo el encanto de la misericordia divina y muestra el resplandor y la belleza que, proyectándose sobre el mundo desde la gratitud divina, todo lo cambian haciéndolo nuevo. María nos dice y muestra que el Evangelio de la misericordia divina en Jesucristo es lo mejor que se nos puede anunciar, lo más sublime que podemos escuchar y, al mismo tiempo, lo más hermoso que puede existir, porque es capaz de transformarnos a nosotros y de transformar nuestra sociedad a través de la gloria de Dios. Tras la estela de María estamos invitados a contemplar y practicar la misericordia.
¡Cuántas veces nos hemos dirigido confiadamente a María en nuestras oraciones pidiéndole su compañía y ayuda para nosotros y para todos los necesitados! Ya desde el siglo XI los cristianos le suplicamos: ‘vuelve a nosotros, esos tus ojos misericordiosos’. Y en las letanías del Rosario, a partir del XII, la imploramos como ‘madre de la divina gracia’, ‘salud de los enfermos’, ‘consuelo de los afligidos’ y ‘auxilio de los cristianos’ expresiones que nos remiten expresamente a las obras de misericordia.
Os invito a que hagamos nuestro el deseo que el Papa Francisco manifiesta en la Bula de la Convocatoria para este año jubilar que estamos viviendo: «el pensamiento se dirige ahora a la Madre de la Misericordia. Que la dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Nadie como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Toda su vida estuvo plasmada por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor ... María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús».