Nuestro testimonio pascual en una sociedad pluralista
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
La importancia de la Pascua fue puesta de relieve por los cristianos de los primeros siglos mediante la celebración de la cincuentena pascual: como la Pascua era el ‘día de los días’, el ‘señor de los días’, la fiesta litúrgica debía prolongarse con la misma convicción y alegría durante siete semanas, hasta la solemnidad de Pentecostés.
Hay que valorar positivamente todos los intentos por recuperar ese aliento, para que realmente la novedad pascual penetre nuestra espiritualidad y nuestro testimonio. La vida y la esperanza que proceden del Resucitado constituye el centro de nuestra fe y por ello el mejor regalo que podemos ofrecer a un mundo que se debate entre sus magníficos logros y sus angustiosas incertidumbres. Durante la Semana Santa hemos manifestado colectivamente nuestra fe. Con la misma actitud debemos seguir haciéndolo a lo largo del año, alentados por el Espíritu del Resucitado.
Desde esta actitud resultan dolorosas e incomprensibles las manifestaciones de rechazo y de oposición al testimonio cristiano. Hemos sentido horror ante el atentado terrorista de Lahore, en Pakistán, dirigido precisamente contra los creyentes que celebraban jubilosamente la resurrección de Jesús. La alegría de la esperanza pascual quedaba cercenada brutalmente por el odio del mundo viejo.
Igualmente suscitan pena e inquietud algunos hechos que se vienen produciendo en nuestro país, que cuestionan la presencia cristiana en el espacio público. En ocasiones se pretende simplemente dificultar las manifestaciones religiosas, pero a veces los gestos de hostilidad rozan la violencia y hasta el delito.
La apelación a la libertad de expresión, mal entendida, y el derecho a la crítica, no consiguen ocultar o disimular la falta de respeto a las sensibilidades de otros ni el desprecio a quienes son considerados molestos o retrógrados. El reconocimiento de otras religiones no puede ser pretexto para marginar la religión de millones de españoles. El resentimiento puede sembrar gérmenes de violencia que socavan la convivencia pacífica. Y ello debe ser denunciado para evitar enfrentamientos inútiles.
Como obispo comparto vuestro malestar y vuestra preocupación, porque son temas de los que habláis y porque a muchos os afectan profundamente. Deseo formar parte de vuestro diálogo con algunas sencillas, pero sentidas, reflexiones para animaros a un testimonio cada vez más consciente y comprometido.
Ante todo esta situación debe servir para profundizar nuestra fe y nuestra pertenencia eclesial de modo sincero y cordial, porque sólo como Iglesia podemos saborear el don de la fe y hacerlo presente en la sociedad. Como Iglesia hemos de hacernos presentes y afirmar nuestros derechos como ciudadanos, reivindicando una libertad religiosa sin manipulaciones ideológicas y sin acentos anticristianos. La firmeza de nuestra fe y la fraternidad entre los creyentes evitará el complejo que a veces amenaza a los cristianos. Sigue siendo aún una tarea pendiente potenciar la presencia pública y política de los cristianos desde la dignidad de su fe evitando las tentaciones de la clausura, del abatimiento o del ghetto, porque la fe es fuente de humanización y de solidaridad.
Nosotros, como cristianos, no podemos caer en la lógica del resentimiento. Debemos entender y respetar una auténtica laicidad que facilite la convivencia entre no creyentes y creyentes de diversas religiones. Hemos de promover la cultura del diálogo y del encuentro. Sobre esa base afianzaremos nuestra identidad y nuestro protagonismo en la sociedad pluralista y democrática para que nuestro testimonio sea visible, transparente, respetuoso y eficaz.
Como ejemplo y modelo vale la pena recordar la primera carta de san Pedro. Los cristianos de la primera generación padecieron intensamente la hostilidad y la marginación social. Las palabras del apóstol podemos escucharlas como dirigidas a nosotros: no devolváis mal por mal ni ultraje por ultraje; habéis recibido en herencia una bendición que es para todos; no tengáis miedo ni os acobardéis, estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza.