Con vocación de misericordia

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

El mes de marzo, con la fiesta de san José, nos aproxima al Seminario de manera especialmente cercana y eclesial. Un año más celebramos el día del Seminario, que en esta ocasión se adelanta al próximo domingo, día 13, por coincidir practicamente la fiesta de San José con el domingo de Ramos.

El día del Seminario es una jornada de importancia especial para nuestra Iglesia Diocesana. Una jornada que tiene varios objetivos. En primer lugar, tomar conciencia, por parte de toda la comunidad diocesana, de la necesidad de sacerdotes amigos del Señor llamados a continuar su misión, y de la urgencia de promover vocaciones en niños y jóvenes que, en el seguimiento de Jesucristo, decidan entregar la vida al ser vicio de Dios en su Iglesia. Entre todos hemos de realizar un esfuerzo por hacer atrayente entre los jóvenes, con nuestra palabra y nuestra vida, la llamada de Cristo a participar en su Sacerdocio.

En segundo lugar, el objetivo de esta jornada es acercar esta realidad del Seminario a nuestra Iglesia de Burgos para que sea suficientemente asumida, conocida y apreciada por todos y cada uno de los cristianos. Para nosotros no deben resultar ajenos ni los 10 seminaristas mayores que están en el Seminario San José, ni los 11 seminaristas menores, ni los 17 seminaristas que están en el Seminario Redemptoris Mater; por el contrario, hemos de verlos como algo propio, como un don de Dios que es preciso agradecer, apreciar y sostener. Repito aquí las palabras que dirigí en la carta enviada recientemente a los sacerdotes: “ambos seminarios, cada uno con sus características específicas, deben ser abiertamente valorados, cuidadosamente acompañados y comprometidamente potenciados por toda la Comunidad diocesana, y de forma especial por los sacerdotes”. Seguro que las iniciativas que estos días se promueven nos ayudarán a que este conocimiento redunde en frutos abundantes para nuestro Seminario y, por lo mismo, para nuestra comunidad diocesana.

Y en tercer lugar, esta jornada busca cumplir el mandato del Señor de orar insistentemente para que el Dueño de la mies envíe obreros a su mies. No es, ni mucho menos, el objetivo menor: la fuerza de la oración nos llena de esperanza y nos afianza en la certeza de que Dios es el que mueve los corazones y sigue contando con nosotros hoy y siempre.

El día del Seminario, en este Jubileo extraordinario de la misericordia, viene enmarcado por un sugerente lema: “enviados a reconciliar”, enviados “con vocación de misericordia”, para ser Ministros de la misericordia de Dios en el nombre de Cristo Jesús. Bajo este lema se combinan dos verdades que están presentes en el camino vocacional: por una parte, indica la fuente de donde nace la vocación y, por otra, muestra la misión de la misma. En efecto, toda vocación nace de la misericordia y está llamada a comunicar esa misericordia. Esta es la experiencia primera que el sacerdote ha vivido: Dios le ha amado y su elección se debe, no a méritos o cualidades personales, sino que es pura gracia y regalo. Desde esa certeza, la vida del sacerdote no consiste sino en configurarse día a día, por la acción del Espíritu Santo, con el propio Jesucristo. En nombre suyo actúa. De ahí que deba hacer suya la misericordia entrañable que caracterizó las palabras y los gestos de Jesús. Como nos recuerda el papa Francisco: “todo en Él habla de misericordia. Nada en Él está falto de compasión”. Siguiendo este camino, el sacerdote está llamado a orientar toda su vida y su quehacer desde este horizonte para que “quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios”.

Este año además, el día del Seminario se celebra en vísperas de la próxima Beatificación del sacerdote diocesano D. Valentín Palencia, cuya vida ya admiráis pero os invito a conocerla más y mejor. Él fue un sacerdote entregado, especialmente a los más pobres, y, por eso, alcanzó la gloria del martirio. Su vida bien se puede considerar que encarna, de la mejor manera posible, una verdadera vocación de misericordia. Desde ahora me gustaría presentar a este sacerdote, tan de Dios y tan nuestro, como modelo de ministerio para nuestros sacerdotes y seminaristas.

Mi última palabra la quiero dirigir hoy a vosotros, seminaristas diocesanos, y a todos los jóvenes: en vuestra vida juvenil descubro las ganas de cambiar el mundo, de transformarlo, de hacerlo diferente. Sabed que el camino mejor para esta meta no es otro sino el de la entrega y la misericordia: es el único que hace renacer a las personas. Por eso, merece hoy la pena una vida entregada y dedicada a Dios en la Iglesia haciendo presente su misericordia. Seguid buscando, confiando, apostando... y no tengáis miedo. Dios os guiará y multiplicará vuestra entrega.

Parroquia Sagrada Familia