Una acción de gracias por el curso pastoral que termina
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Con el curso pastoral llegando a su fin, doy infinitas gracias a Dios por haberme permitido vivir un año más al servicio de la archidiócesis burgalesa.
Quisiera comenzar agradeciendo a las personas que trabajan por y para esta Iglesia que peregrina en Burgos. Este año, ha habido tres ejes esenciales sobre los que ha girado toda nuestra acción pastoral: el primer anuncio, la constitución de unidades pastorales y la promoción del laicado.
El argumento que ha acompañado todas y cada una de las acciones que hemos llevado a cabo ha sido el Primer Anuncio. Fieles a la Palabra, hemos puesto encima de la mesa la pasión por la evangelización para parecernos, cada vez más, al Maestro. Así, siguiendo la estela del sí de María o la llamada a Pedro y Andrés, a Santiago y Juan (cf. Jn 1, 35-50) como primeros anuncios del Señor Jesús a la humanidad, siendo plenamente conscientes de que «este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación» (2 Cor 6, 2), nos hemos dejado transformar por el Espíritu que brota desde lo profundo para renovar por completo nuestra vida, nuestra mirada y nuestra fe.
Con Él, quien «recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del Reino y curando toda dolencia y toda enfermedad» (Mt 9, 35), hemos constituido unidades pastorales donde el obispo, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos hemos sido todos uno.
Abrazados al único horizonte de la misión, queremos vivir la corresponsabilidad de los laicos y la participación activa de los consagrados en la tarea evangelizadora, allí donde fuera necesario un gesto de caridad, una palabra de aliento o un corazón fraterno capaz de acompañar hasta el último suspiro de la soledad. Sin divisiones y sin distinciones, sin etiquetas y sin barreras, en las periferias tanto de la ciudad como de los corazones más alejados de la fe.
«¡Ánimo! ¡Levántate, te llama» (Mc 10, 49), replicó el gentío de Jericó al ciego Bartimeo. Este ciego no podía ver y, sin embargo, gracias a esa llamada –a modo de anuncio– se acercó al Señor con fe para pedirle recobrar la vista. Cuando Jesús le preguntó qué quería, Bartimeo sólo acertó a decir lo que florecía de su alma: «Maestro, que vuelva a ver» (Mc 10, 51). Entonces, Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado» (Mc 10, 52). Y, al instante, recobró la vista.
Una invitación que el Señor nos hace a cada uno de nosotros, pero que ha dirigido, de manera especial durante este curso, a los laicos. En un momento colmado de retos y desafíos, los seglares –como reza la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata de san Juan Pablo II– en virtud del carácter secular de su vocación, «reflejan el misterio del Verbo Encarnado en cuanto Alfa y Omega del mundo, fundamento y medida del valor de todas las cosas creadas» (VC, n. 16). Ellos, guiados por el espíritu inconmovible de las Bienaventuranzas, han ido transformando la archidiócesis según el corazón de Dios.
Ciertamente, volviendo a san Juan Pablo II, «no se puede realizar una seria y válida evangelización de los nuevos ámbitos en los que se elabora y se transmite la cultura sin una colaboración activa con los laicos presentes en ellos» (VC, n. 98).
Querida Iglesia burgalesa, que ha caminado sin descanso hacia la Nueva Jerusalén y, a la vez, ha sostenido el Cuerpo de Cristo cada vez que era clavado en la Cruz: gracias por vuestro impagable trabajo, por las horas gastadas por amor, por poneros en el último lugar de la fila cada vez que un hermano vuestro acudía al Banquete del altar, por haceros Eucaristía que se dona hasta el último aliento, por vuestra entrega, generosidad y valentía, y por fiaros sin condiciones de Dios y ser otros cristos que se entregan –como el buen samaritano– en los senderos más pedregosos de esta tierra. Gracias, en definitiva, por un nuevo curso pastoral que no habría sido posible sin vosotros.
Pongo cada una de vuestras vidas en las manos de la Virgen María. Que santa María la Mayor, nuestra madre y patrona, respuesta de amor y de entrega total a Cristo, os cuide y os proteja con el mismo amor que derrochó en su Hijo Jesús, hoy y todos los días de vuestra vida.
Con gran afecto pido a Dios que os bendiga.