El mensaje de misericordia del Vaticano II
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre". Estas palabras de la Bula de convocatoria del Año Santo de la Misericordia, bien pueden aplicarse al tiempo de Cuaresma que estamos viviendo. Tiempo especialmente propicio para reflexionar y sobre todo para aprender en la escuela de Misericordia de Jesucristo crucificado.
En este marco quiero recordar con gratitud y esperanza la estrecha vinculación que el Papa Francisco ha establecido entre el Concilio Vaticano II y la convocatoria del Año Santo que estamos celebrando.
El pasado 8 de diciembre se cumplió el 50 aniversario de la clausura de este último Concilio ecuménico de la Iglesia Católica, que es considerado de modo unánime como el acontecimiento más importante de todo el mundo católico en el siglo XX. Desplegó el horizonte de la Iglesia en los difíciles y apasionantes momentos de una transición histórica, e impulsó el caminar y la ilusión de sus miembros que se vieron alentados por el Espíritu para discernir los signos de los tiempos.
En la Bula de convocatoria se indica que la elección del 8 de diciembre para la apertura de la Puerta Santa tenía esa intención precisa: debemos, decía el Santo Padre, celebrar el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio porque es necesario mantener vivo aquel acontecimiento, ya que, gracias a él, la Iglesia supo afrontar un período nuevo en su historia en el que debía anunciar el Evangelio a nuestros contemporáneos de un modo nuevo y más comprensible.
La vinculación entre elVa-ticano II y este Año Santo es aún más profunda: el Concilio fue vivido como un verdadero ejercicio de misericordia, como un signo vivo del amor del Padre. El Papa Francisco recuerda unas palabras de san Juan XXIII en la apertura de dicho acontecimiento en las que expresaba su deseo más profundo en aquel momento solemne: la Iglesia rriendo a la medicina de la misericordia en lugar de utilizar las armas del rigor. Recuerda igualmente las palabras del beato Pablo VI en la clausura del Concilio: hay que rechazar los errores, pero con las personas hay que usar siempre respeto y amor, proponiéndoles mensajes de confianza más que presagios funestos.
En la solemne apertura de la Puerta Santa el pasado día de la Inmaculada en la Basílica de san Pedro, el Papa volvió sobre la misma idea a partir del símbolo de la Puerta Santa: al abrir esta Puerta, decía, queremos recordar también la puerta que abrieron los Padres del Vaticano II; el Concilio no es importante simplemente por los documentos que elaboró, sino porque abrió una puerta para facilitar el encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo, saliendo de las reticencias y los miedos que pudieran empujarla a recluirse sobre sí misma.
El actual Jubileo que celebramos, precisaba el Santo Padre, debe ayudarnos a mantener vivo el aliento y el espíritu del Vaticano II, especialmente en una doble dirección: continuar con entusiasmo siempre renovado el camino misionero y hacer propia la misericordia del buen samaritano.
Estas reflexiones del Papa Francisco tienen pleno valor también para nuestra diócesis. Muchos de los que leéis estas líneas tenéis un recuerdo vivo del Vatiano II. Para los más jóvenes puede resultar algo más distante, como un acontecimiento del pasado. El Año Santo de la Misericordia puede ser ocasión para que todos profundicemos el mensaje más hondo del Vaticano II, tan renovador en su momento y tan actual también en el presente. Deseo mencionar sencillamente un triple aspecto que puede iluminar la ilusionada andadura de nuestra Iglesia diocesana: la Iglesia existe gracias al amor de la Trinidad por toda la familia humana; en virtud del bautismo todos estamos llamados a la santidad y a ser protagonistas de la misión de la Iglesia; debemos compartir con actitud misericordiosa las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de todos los hombres, hijos de Dios y hermanos nuestros.