Llamados, como los santos, a la perfección del amor
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
El Señor nos eligió a cada uno de nosotros «para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1,4). Esta semana celebramos la festividad de Todos los Santos: aquellos que «ya han llegado a la presencia de Dios» y que mantienen con nosotros «lazos de amor y comunión», tal y como escribe el Papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudate et exultate, donde hace una llamada a la santidad en el mundo actual.
Con la intención de prepararnos para este gran día que celebra la Iglesia, ponemos la mirada en las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12) con la intención de señalar el camino que el Señor propone para sus discípulos. En este sentido, el Papa destaca que en ellas «se dibuja el rostro del Maestro», que estamos llamados a transparentar «en lo cotidiano de nuestras vidas».
Qué importante es encarnar la santidad en el contexto actual; ya sea en nuestras familias, en nuestros trabajos o en nuestros ambientes. El Señor nos llama a caminar en su presencia y a ser santos (cf. Gn 17, 1). Lo que quiere es que crezcamos en santidad a su lado y gastemos hasta el último aliento en ser amados y amar como Él nos ha amado. Su lenguaje es la misericordia, la entrega y el perdón; y su medida es el amor con el que nos ha amado desde toda la eternidad: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jr 1,5).
El Papa, en dicha exhortación, habla de «los santos de la puerta de al lado»; personas, como tú y como yo, que participan de la santidad del Pueblo de Dios. Una Iglesia peregrina que está inmersa en el mundo y que «viven cerca de nosotros» y «son un reflejo de la presencia de Dios».
Y recuerdo a «los santos del lunes» –que decía Chesterton–, aquellos que «todos los lunes se levantan temprano para coger el tren e ir al trabajo», que «vuelven a su casa todas las tardes tras haberse ganado el sustento de su familia» y «que vuelven a hacer lo mismo el resto de los días de la semana». Porque la santidad es una llamada universal, estemos donde estemos y sirvamos donde sirvamos. No hay nadie que no entre en este plan de amor entre Dios y la humanidad: «Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor» recuerda el Concilio Vaticano II (LG 42).
Decía san Francisco de Sales en su Tratado del amor a Dios que «hay inspiraciones que tienden solamente a una extraordinaria perfección de los ejercicios ordinarios de la vida» (VIII, 11). Se trata de convertir lo corriente en extraordinario, de recomponer lo que está roto hasta convertir cada herida en don, de encontrar una forma más bella y grande de vivir lo que ya hacemos.
La festividad de Todos los Santos es un día de alegría, de gozo y de celebración. Y así hemos de preparar nuestro corazón para festejar el triunfo definitivo de la vida sobre la muerte, como lo han experimentado tantos hermanos nuestros que ya han llegado a la casa del Padre.
San Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, anuncia esa conquista inevitable de la bondad: «Anunciamos lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni criatura alguna puede pensar, lo que Dios preparó para los que le aman». (1 Cor 2, 9). Esto nos recuerda que ser santo se traduce en estar y vivir unido a Jesucristo. Para siempre y en todo lugar y circunstancia.
Le pedimos al Señor (el Santo sobre todos los santos) y a su madre María que aprendamos a ser dóciles a los designios de Dios, afrontando con alegría y esperanza los caminos que Él disponga para nosotros. Hagámoslo prendidos de la mano de los santos, los del Cielo y los de la Tierra, aquellos que han perseverado en su entrega y sus nombres permanecen escritos a fuego en el libro de la Vida (cf. Ap 20, 12).
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.