En el corazón del Camino de Santiago
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Esta semana hemos celebrado la solemnidad de Santiago apóstol, hermano de Juan Evangelista, hijo de Zebedeo y discípulo predilecto del Señor. Desde que se dejó mirar por Él a orillas del mar de Galilea, formó parte del círculo más íntimo y cercano del Maestro. Tras la crucifixión, el apóstol no dejó de predicar la fe y de dar testimonio del Señor hasta el confín de la tierra.
Deseo aprovechar esta efeméride tan significativa por ser el Patrono de España, para recordar que Burgos –ciudad hospitalaria por excelencia del Camino de Santiago– se encuentra en el centro de ese precioso viaje al corazón del apóstol.
Solo hace falta rebuscar en la memoria para recordar los 32 hospitales de peregrinos documentados por la historiografía moderna que dan fe de este revelador hecho.
Según narran los historiadores, a partir de mediados del siglo XV, los chapiteles que adornan y culminan las torres de la catedral de Burgos se convirtieron en un faro que los peregrinos tomaban como punto de referencia cuando se encontraban a kilómetros de distancia. El Camino de Santiago, la calle mayor de Europa, es un lugar de encuentro y acogida para infinidad de culturas y pueblos. No solo en nuestra ciudad, sino en todos los senderos que conducen a Compostela.
¡Qué importante es caminar hacia un rumbo afianzado y hacerse camino para que otros puedan pasar! Caminar, para el cristiano, supone fiarse de las huellas que marcan la senda que ya ha recorrido Jesús, no quedarse pensando en la dificultad del trayecto o en las adversidades que podamos hallar a nuestro paso, sino confiar en que la Providencia llueve esperanzas allí donde más árida permanece la tierra. Cuando el camino y la meta es Cristo, cualquier contratiempo o dificultad se convierten en gracia para experimentar, aún con más fuerza, el abrazo inagotable del Amor.
Y no podemos olvidarnos de ser y hacernos camino y senda entrañable para que otros hermanos, a través de nuestros limitados pasos, puedan llegar al corazón de Dios. Para que los cansados y agobiados encuentren, aunque sea entre los retazos de nuestra pobreza, el alivio que Él concede a quienes acuden a su encuentro (cf. Mt 11, 25-30).
Y así, fieles a esa gracia que el Padre esconde a los sabios y entendidos y revela a los pequeños, podremos alcanzar misericordia y contarla eternamente, anunciando por todos los caminos y por todas las edades su fidelidad: «Porque dijiste: “La misericordia es un edificio eterno”, más que el cielo has afianzado tu fidelidad» (Sal 88, 2-3).
Recuerdo ahora, con especial admiración, a san Juan Pablo II, primer Papa en peregrinar a Santiago de Compostela en tiempo de su Pontificado. Lo hizo en 1982 y en 1989, haciendo de la ruta jacobea una fuente inagotable de gracia, júbilo y bendición. Se convirtió en el primer Papa peregrino que llegaba a la catedral de Santiago para, siete años después, volver a visitar la ciudad con motivo de la IV Jornada Mundial de la Juventud. No puedo olvidar su paso, su ejemplo, su manera de caminar mientras recorría los últimos cien metros que llevan a la catedral para, una vez allí, vestirse con la capa de los peregrinos.
Su mirada serena mientras hacía alusión a las raíces cristianas de Europa, su oración contemplativa frente al apóstol Santiago o su inolvidable vigilia con los jóvenes en el Monte del Gozo marcan un antes y un después en lo que se refiere a esta peregrinación de la fe: «Nuestro camino de Compostela significa querer dar una respuesta a nuestras necesidades, a nuestros interrogantes, a nuestra búsqueda y también salir al encuentro de Dios que nos busca con un amor tan grande que difícilmente logramos entender» (discurso de san Juan Pablo II a los jóvenes en el Monte del Gozo, 19 de agosto de 1989).
También el Papa Benedicto XVI quiso recorrer estas huellas hasta Compostela y dejarnos un recuerdo imborrable de su paso entre nosotros. Este encuentro con Dios, que hallamos en las grietas del Camino de Santiago, se realiza en Jesucristo. En la esperanza de cada paso, en el esfuerzo de cada segundo, en la lucha de cada día: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).
De la mano del apóstol Santiago, nos ponemos en camino con María, quien –con su sí– abrió un pasaje nuevo a la humanidad. Y le pedimos que nos acompañe y nos sostenga mientras tratamos de hacer camino en esta vida hasta el encuentro definitivo con su Hijo: el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14, 6).
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.