Abuelos y mayores: un signo de esperanza para la Iglesia

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, cuando celebramos la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, recordamos que para acoger mejor «el estilo de actuar de Dios», hemos de tener presente que «el tiempo tiene que ser vivido en su plenitud», porque «las realidades más grandes y los sueños más hermosos no se realizan en un momento, sino a través de un crecimiento y una maduración; en camino, en diálogo, en relación».

De esta manera lo expresa el Papa Francisco en su mensaje para esta Jornada que, en esta ocasión, celebramos con el lema Su misericordia se extiende de generación en generación (Lc 1, 50). Mediante el Magníficat, María –una vez que se ha dejado invadir por el fuego del Espíritu Santo– proclama que la misericordia del Señor inunda, de principio a fin, la tierra. Y lo hace de generación en generación: entre abuelos y nietos, entre jóvenes y ancianos. «Dios desea que, como hizo María con Isabel, los jóvenes alegren el corazón de los ancianos, y que adquieran sabiduría de sus vivencias», expresa el Santo Padre. Pero, sobre todo, el Señor desea que «no dejemos solos a los ancianos» y que «no los releguemos a los márgenes de la vida», como por desgracia sucede frecuentemente.

Esta fiesta, celebrada en torno a la solemnidad de los santos Joaquín y Ana, abuelos de Jesús, que tiene lugar el 26 de julio, pone de manifiesto el cuidado y la atención a las personas mayores, pues la riqueza que aportan –tanto a la propia familia como a la sociedad– rebasa cualquier fortuna, reconocimiento o condición.

La mirada de los abuelos y mayores es un signo de esperanza para la Iglesia: porque su experiencia creyente da sentido a la comunidad, la colma de sabiduría, de confianza, de compromiso y de vida; porque su piel delicada, que guarda las cicatrices del tiempo, adorna el cuerpo de una Iglesia que vive en la fe; porque conserva muy adentro el Cuerpo místico de Cristo.

En el encuentro entre María e Isabel, entre jóvenes y ancianos, «Dios nos da su futuro», expresa el Papa. «El camino de María y la acogida de Isabel abren las puertas a la manifestación de la salvación» y, por tanto, «a través de su abrazo, la misericordia de Dios irrumpe con una gozosa mansedumbre en la historia humana».

Sus corazones no se escriben en pasado, sino que atraviesan las ventanas de un presente que quedará eternamente escrito en los albores del futuro. Si ellos conmemoran y transmiten la pertenencia al pueblo santo de Dios, ¿cómo vamos a construir un futuro sin contar con sus manos?

El encuentro entre María e Isabel no solo hace saltar de gozo a san Juan Bautista, sino que nos despierta a nosotros a la esperanza y al encuentro con Dios. Desde los ojos de una joven y de una anciana, hemos de advertir la presencia de los mayores; muchas veces callada y en demasiadas ocasiones encubierta en soledad.

Nosotros también estamos, tantas veces, entre el camino de María y la puerta de la casa de Isabel. Tenemos miedo al encuentro, a la acogida sin reservas, a vencer toda resistencia para dar ese paso que nos conduzca al abrazo personal con Cristo.

Descartar la vejez es traicionar la vida. Por ello, hemos de ser apóstoles y testigos de una generación que eche raíces, que no olvide que el futuro se edifica a fuerza de un amor que pone en el centro la alegría desbordante del encuentro entre pequeños y mayores. Sin excepción.

Le pedimos a la Virgen María que nos alcance el abrazo entre Ella e Isabel y aprendamos a ser, a ejemplo de los abuelos y mayores, ese testimonio elevado de santidad que se hace semejante –con cada palabra del Magnificat– al corazón misericordioso del Padre.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Parroquia Sagrada Familia