Dar posada al peregrino
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
La Iglesia celebra este domingo 17 de enero la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado. Se trata de una fecha, instituida hace ya muchos años, que nos ayuda a tomar conciencia de que los migrantes y los refugiados son consecuencia de un fenómeno que afecta a tantos hermanos nuestros: la movilidad humana. Las causas y las consecuencias jurídicas son ciertamente diversas en uno o en otro caso; pero ambos fenómenos deben verse en un mismo marco explicativo para que no surjan en nuestra sociedad movimientos de apoyo a unos y de rechazo de otros.
El año 2015, que acabamos de dejar atrás, golpeó nuestra conciencia ante la masiva llegada de refugiados a Europa. Los medios de comunicación se han encargado de recordarnos que el flujo diario de hombres, mujeres y niños en los Balcanes se ha convertido en uno de los mayores éxodos de refugiados y migrantes desde la Segunda Guerra Mundial. La situación bélica de Siria y su entorno geográfico hace que se calculen en más de siete millones las personas desplazadas. Ante esta crisis humanitaria, que sólo puede causar en nosotros preocupación y vergüenza, las autoridades europeas se movilizaron no siempre desde el espíritu de la acogida sino también desde el miedo y el cierre drástico de fronteras que ha agravado los problemas.
Detrás de cada uno de estos refugiados, como detrás de los más de 240 millones de migrantes que se calculan en nuestra casa común, se esconden historias concretas de personas, de hombres y mujeres como nosotros, en definitiva, de hermanos nuestros. Historias marcadas en muchos casos por el sufrimiento. En efecto, en la raíz de su salida está la violencia o la pobreza, en su viaje muchas veces tienen que someterse al ultraje de los traficantes de personas, cuando llegan a los países de acogida en ocasiones se ven sometidos a las sospechas, temores o abierto rechazo, cuando no a situaciones de explotación, esclavitud o marcos legales que hacen su vida insoportable. Hoy es posible en nuestra sociedad burgalesa, también multicultural, el acercamiento y la escucha del relato de las historias concretas de cada uno de ellos, muchas de ellas dramáticas, que nos abren el horizonte y nos interpelan como cristianos, como personas y como sociedad.
Ciertamente la migración es un fenómeno estructural de nuestro mundo que hoy tiene innumerables causas de tipo económico, político, medioambiental, social... Pero detrás de todas ellas existe un deseo profundamente humano y legítimo que cualquiera de nosotros compartiríamos: el deseo de cada uno de mejorar en las propias condiciones de vida y de obtener un honesto y legítimo bienestar. Una vez más conviene recordar que junto al ‘derecho a emigrar’ existe también el ‘derecho a no emigrar’, que exige afrontar seriamente las situaciones de injusticia y explotación que marcan las relaciones económicas internacionales. La promoción de la ayuda al desarrollo, tan relegada en estos últimos años, podría evitar estos éxodos masivos.
En este año de la Misericordia la situación de los emigrantes y refugiados nos interpela y nos ofrece la posibilidad de iluminarla desde la luz de la misericordia. No cabe pues la indiferencia ante estos fenómenos sino que han de ser sanados por la medicina de la misericordia. ¿Y qué nos ofrece sino activar en nosotros la capacidad de la acogida y de la sana integración? En efecto, estoy convencido de que estas prácticas, como nos recuerda el papa Francisco en su mensaje para la ocasión, «son una experiencia enriquecedora para ambos (migrantes y sociedades de acogida) que abre caminos positivos a las comunidades y previene del riesgo de la discriminación, del racismo, del nacionalismo extremo y de la xenofobia». Así lo ha hecho la tradición cristiana que, desde antiguo, formuló como una de las obras de misericordia la de ‘dar posada al peregrino’. A ello os invito especialmente, acogiendo así el gesto diocesano que mes tras mes nos irá invitando a actualizar la práctica de cada una de las obras de misericordia, porque este Año Santo nos debe ayudar a llevar a la práctica en las circunstancias presentes, cada una las Obras de Misericordia. La Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado nos da hoy la oportunidad de tomar mayor conciencia del significado de ‘dar posada al peregrino’, que es ciertamente ‘acoger al emigrante y refugiado’. Pero ‘dar posada al peregrino’ también significa y es una llamada concreta a la ‘buena acogida’, a propiciar día a día actitudes de comprensión, reconocimiento, ayuda fraterna humana y cristiana. «Acoger al otro, nos dice además el Papa en su mensaje, es acoger a Dios en persona». Pidámosle a Él que, ante tantas realidades que necesitan ‘posada’, nos abra los ojos y el corazón.