El amor y la vida humana

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«Tan pobre como es la mesa que carece de pan, así la vida más ejemplar resulta vacía si le falta amor», escribía san Antonio de Padua. ¿Y por qué no tiene sentido una vida sin amar y ser amado, aunque vivir no sea del todo sencillo? Porque la vida de todo ser humano, que es un regalo de Dios, siempre es digna de ser cuidada, protegida, amada.

Ayer 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, celebrábamos la Jornada por la Vida. Con el lema Acoger y cuidar la vida, don de Dios, la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida desea hacer más presente que nunca la Encarnación del Hijo de Dios: «El misterio más excelso de nuestra fe».

El «sí» de la Virgen María es un signo que convierte nuestros corazones de piedra en corazones de carne, es la puerta del amor que transfigura la vida humana en un bien desde la concepción hasta su fin natural. Por ello, defender la vida humana en toda situación es una cuestión de amor y no solo de derechos y libertades, pues hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios (que es amor), con una dignidad personal que supera cualquier dificultad, condición o limitación.

La vida humana es siempre un bien para toda la humanidad; celebrarla es agradecer a Dios este regalo inmenso y protegerla –como recuerdan los obispos de la Subcomisión– «es el comienzo de la salvación» porque «supone acoger el primer don de Dios, fundamento de todos los dones de la salvación». Cada vida humana, destacan, «está llamada a alcanzar la plenitud del amor». Siempre y en todo momento, lo que implica «custodiar la dignidad de la vida humana» y luchar por erradicar situaciones en las que es puesta en riesgo: «esclavitud, trata, cárceles inhumanas, guerras, delincuencia o maltrato», señalan los obispos.

El amor es lo que nos hace vivir humanamente, y una sociedad justa es la que cuida de la vida naciente, de la mujer embarazada, de las familias sin recursos o de quien viene a alumbrar esta tierra con una dificultad que hemos de acoger como si acogiésemos al Hijo de Dios en nuestros brazos.

Y pienso en todas esas personas con algún grado de discapacidad que son luz e inspiración para toda la humanidad. En una sociedad donde se cuida con mucho tesón la discapacidad y donde paradójicamente se da culto al bienestar y a la belleza física, también nuestros ojos son capaces de descubrir la belleza y la bondad de toda persona más allá de sus limitaciones.

El amor a todo ser humano es lo que nos hace vivir con dignidad. ¡A veces cuesta tanto entender la enfermedad, el desierto y la prueba! «El don de la vida y el don de la creación provienen del amor de Dios por la humanidad; más aún, a través de ellos Dios nos ofrece su amor», expresó el Papa Francisco a los participantes en un congreso sobre donación de órganos en 2017. «Y en la medida en que nos abrimos y lo acogemos», afirmó, «podemos convertirnos, a la vez, en don de amor para nuestros hermanos».

Y recuerdo, también, a las personas mayores que lo han dado todo por nosotros, siendo los primeros testigos de la belleza de Dios. Por ello, toda persona en la ancianidad de sus años, pero no de su corazón, ha de ser acogida, acompañada y cuidada.

Demos vida, ofrezcamos vida, anunciemos vida. Y hagámoslo en abundancia (cf. Jn 10, 10). Se lo pedimos a María, quien acogió la suprema donación del que se entregó por nosotros hasta la muerte para darnos vida eterna». Que la Mujer vestida de sol (cf. Ap 12, 1), palabra viva de consuelo y esperanza, sostenga nuestro camino para que siempre seamos luz que alumbre la dignidad de toda vida humana.

Con gran afecto pido a Dios que os bendiga.

Parroquia Sagrada Familia