La educación cristiana de los hijos
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
«Como nos enseña la experiencia diaria, educar en la fe hoy no es una empresa fácil. Así, tanto los padres como los profesores sienten fácilmente la tentación de abdicar de sus tareas educativas y de no comprender ya ni siquiera cuál es su papel, o mejor, la misión que les ha sido encomendada». Detrás de estas palabras, pronunciadas por el Papa Benedicto XVI en 2007, durante el Convenio de la Diócesis de Roma, deseo traer al presente un tema fundamental con respecto a la educación cristiana de los hijos: hemos de ser transmisores de los principios que fundamentan la vida en la verdad y el bien.
Una educación que tenga en su raíz la presencia amorosa de Dios, con un sentido auténtico de pertenencia a una familia que nos acompaña, la Iglesia, hará del encuentro con Cristo una relación que llena siempre de ánimo y esperanza. Aunque sobrevenga cualquier temporal, quien ha experimentado en algún momento de su vida el amor de Dios, no podrá borrar de su corazón a Quien le entregó su vida en la cruz.
En esta admirable tarea educativa de poner los principios del humanismo cristiano como base de la educación, pienso en tres pilares fundamentales: los padres y su responsabilidad primordial; la colaboración subsidiaria de la Iglesia y las administraciones y el servicio ofrecido por los colegios de titularidad diocesana o de congregaciones religiosas y entidades católicas; y la importancia de inscribir a los niños y jóvenes a la clase de Religión también en los centros de titularidad estatal. Todos ellos los considero públicos pues están abiertos a todos, sin exclusión.
Los padres son los primeros responsables de la educación de los hijos, en cuanto que la educación pertenece a su dimensión generativa indelegable: engendrar personas y llevarlas a su plenitud. ¿Acaso se enciende una lámpara para meterla bajo el celemín? (cf. Mt 5, 13-16). Vosotros sois la luz cotidiana que ilumina la vida de vuestros hijos. De este modo aparecen ante sus ojos y su corazón tantas obras de amor y entrega que realizáis por ellos porque solo la entrega sin medida deja la huella imborrable de quien es capaz de amar sin límite.
Bendecid con ellos la mesa, acompañadles a la Eucaristía, rezad a su lado, habladles de Jesús, enseñadles a compartir, contadles cómo ha cambiado vuestra vida al encontraros con Él… Vuestra palabra y ejemplo son, sin duda alguna, la mejor escuela de amor, humanización y socialización.
En este sentido, junto a la misión de los padres, es decisiva la colaboración subsidiaria de otras entidades, como la Iglesia y las administraciones, quienes han de ayudar con competencia y responsabilidad en esta tarea, promoviendo la libertad de los padres. Cómo no agradecer a tantos maestros y profesores su profesionalidad y entrega en el desempeño de su trabajo.
La tarea de los cristianos en este mundo es «abrir espacios de salvación, como células de regeneración capaces de restituir linfa a lo que parecía perdido para siempre», recordaba el Papa Francisco en la audiencia general del 4 de octubre de 2017. Desde este horizonte cargado de sentido, hago memoria del servicio ofrecido por los colegios de titularidad diocesana o de congregaciones religiosas y entidades de inspiración católica. Los colegios católicos se ofrecen para ayudar a las familias a educar en esta hoja de ruta de quienes deben sembrar el mundo de bien y esperanza.
Y el siguiente eslabón de esta cadena entrañable es el servicio que prestan los profesores de Religión. ¿Para qué sirve esta asignatura? Para conocer la cultura en la que está enraizado nuestro Pueblo, para aprender a amar al prójimo con respeto, cuidado y compasión, para vislumbrar el camino que lleva a la felicidad, para construir un mundo fraterno y esperanzado, para rescatar a quienes viven en pobrezas y olvidos, para vivir en el bien, la verdad y la libertad y, todo ello a partir del conocimiento profundo de Jesús, Hijo de Dios encarnado, que pasó la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal (Hch. 10, 38).
Le pedimos a la Virgen María que acompañe, en todo momento, la educación cristiana de los hijos. ¡Qué importante es que tanto los niños como los jóvenes aprendan que el cristiano es un misionero de esperanza! No por nuestros méritos, sino siempre por la gracia y el amor de Dios.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.