Un año nuevo, una nueva oportunidad
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Una semana después de celebrar la Navidad, mientras estamos envueltos en el misterio de la presencia y de la misericordia de Dios, comenzamos un año nuevo, el año 2016. La cercanía de estas dos fechas parece querernos recordar que es la presencia de Dios en el mundo lo que hace que el tiempo sea nuevo, que verdaderamente podamos vivir un año “nuevo”.
El tiempo nuevo que se abre ante nuestra vida es una ocasión que se nos ofrece para dejar atrás pesimismos, cobardías, indiferencias, intereses egoístas, que son siempre fuente de amargura y que tanto daño hacen en la vida personal y social. Si no salimos de estas actitudes el tiempo seguirá siendo “viejo”, por más que pasen las fechas del calendario. Pero Dios nos ofrece la posibilidad de que nuestro tiempo sea verdaderamente “nuevo”, si convertimos nuestro corazón al amor de Dios y de nuestros hermanos. “He aquí, dice el Señor, que yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21,5).
Al terminar un año y comenzar otro, todos debemos hacer examen de conciencia y pedir perdón, por las ocasiones en que no hemos sabido emplear el tiempo que Dios nos ha ofrecido para buscarle a Él y salir al encuentro de nuestros hermanos. Pero, sobre todo, debemos dar gracias a Dios por todo el bien que hemos recibido y porque sigue y seguirá siempre a nuestro lado, fortaleciendo nuestras vidas y llenándolas de luz y de esperanza. Por eso, debemos preguntarnos todos: ¿qué puedo hacer en este año para que mi vida sea un poco mejor?, ¿qué puedo hacer para que sea un poco mejor mi familia, mi barrio, mi parroquia o mi comunidad eclesial, mi lugar de trabajo, nuestra Iglesia diocesana, nuestra ciudad?
El Papa Francisco, en el mensaje de este año para Jornada Mundial de la Paz, que se celebra el 1 de enero, nos dice que tenemos que pasar de la indiferencia a la misericordia, de manera que el amor, la compasión y la solidaridad sean nuestro programa de vida y nuestro estilo de comportamiento en las relaciones con los demás. Todos los que formamos parte de la Iglesia estamos llamados a renovar nuestra relación con el Señor y con nuestros hermanos bajo el signo de la misericordia, alegrándonos con los que alegran y llorando con los que lloran, compartiendo con todos el amor que recibimos de Dios.
De una manera especial, quiero decir a los jóvenes, que experimentan en su corazón de una manera muy viva el deseo de verdad, de autenticidad y de novedad, que pueden hacer que este año sea “nuevo”, poniendo sus energías, sus capacidades y sus talentos al servicio de los que más lo necesitan, con sencillez y humildad, colaborando juntos con gestos concretos y valientes para el bien de todos. En vuestras parroquias y en otras comunidades eclesiales encontrareis un espacio de misericordia y de libertad, para experimentar cómo Dios os acoge, os valora y cuenta con todos vosotros, y cómo os da alas para vivir con alegría y trabajar por un mundo más justo y más humano.
Este es el reto que el año nuevo nos plantea a todos. Podemos afrontarlo con garantías si acogemos la misericordia de Dios que se nos ha manifestado en Belén. El nos ayuda a salir cada día de la resignación y de la indiferencia y a conquistar la paz, fruto de la misericordia, la solidaridad y la compasión.
Os deseo de corazón un santo y feliz año nuevo, que será tanto más feliz para cada uno cuanto más procuremos la felicidad de los demás.