El bautismo del Señor... y el nuestro
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Nuestro ritmo vital, familiar y social hace que estos días estemos recuperando ya el paso cotidiano y la cuesta de enero. Sin embargo, según el calendario de la Iglesia, hoy nos encontramos aún en el tiempo de Navidad, que lo concluimos celebrando la fiesta del Bautismo del Señor.
Aunque han transcurrido muy pocos días, hemos pasado de contemplar al Niño-Dios a centrarnos en el inicio de la vida pública del Señor, del Mesías, del Ungido. La razón es clara: junto al hecho, impensable por nuestra parte, de que Dios asumiera en todo menos en el pecado nuestra condición humana, hemos de admirar que llevara adelante el anuncio del Evangelio de la buena noticia de la salvación.
Vemos cómo Jesús se acerca a Juan para recibir su bautismo. El cielo se abre, mostrando la cercanía entre Dios y los hombres; Jesús se deja seducir por el Espíritu; y el Padre le muestra ante el mundo como su Hijo Amado. No extraña que, a reglón seguido, el evangelista Lucas presente a Jesús en la sinagoga de Nazaret como el Enviado a comunicar la misericordia entrañable de Dios: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor" (Le 4, 18-20). Y todo ello Jesús lo irá realizando con obras y palabras hasta su culminación en la Pascua.
El Papa Francisco nos ha invitado a celebrar con alegría y júbilo este año de gracia misericordiosa. Y, ¿qué mejor que acoger y compartir la misericordia que Dios nos ha regalado en nuestro bautismo? En la Eucaristía de hoy, a través de la segunda lectura, se nos recuerda: "Se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre... según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros" (Tt 3, 4-6).
El bautismo incorpora a cada bautizado en la comunión de vida trinitaria que la Iglesia hace presente y de la cual es signo. El bautismo es un sacramento de la misericordia divina por diversos motivos: nos perdona los pecados para vivir la libertad de los hijos de Dios. Nos hace hijos del Padre misericordioso, hermanos de Cristo -rostro misericordioso de Dios-, en el Espíritu -rocío y óleo de la misericordia-, entrando a participar en la vida divina que es fuente de misericordia. Gracias a este sacramento, podemos habitar y edificar la Iglesia como la casa y el oasis de la misericordia; y responsabilizarnos de ir construyendo el Reino de Dios en medio del mundo desde nuestro obrar personal, comunitario e institucional.
El Papa alude continuamente a la imagen de Iglesia madre y apoyo maternal. Así, habla de la Iglesia como madre siempre atenta, que predica al pueblo como una madre que habla a su hijo. Se trata de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. Así pues, existe una íntima conexión entre María, la Iglesia y cada creyente, en cuanto que, de diversas maneras, engendran a Cristo y prolongan su misión para bien de la humanidad.
En este día quiero haceros llegar un deseo sincero: que todos los cristianos de Burgos estemos gozosos de haber sido acogidos en la nueva vida de Dios. Que, de verdad, experimentemos la alegría de la fe y la irradiemos con sencillez y cercanía en el día a día de nuestras ocupaciones. Ojalá que esta Iglesia de Burgos la vayamos edificando entre todos los bautizados desde nuestros carismas y ministerios y, así, aparezca como una madre de corazón abierto, en la sociedad burgalesa (y más allá de las fronteras geográficas) que mira a las personas con ternura y compasión, que acoge, acompaña y ayuda a todos, en particular a los más necesitados.