Bautizados e hijos amados de Dios
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
«El Bautismo es más que un baño o una purificación. Es más que la entrada en una comunidad. Es un nuevo nacimiento. Un nuevo inicio de la vida», dejó escrito el Papa emérito Benedicto XVI, en una homilía pronunciada en abril de 2007, al referirse al Bautismo del Señor que la Iglesia celebra hoy.
Con esta fiesta tan importante concluye el tiempo de Navidad. En Jesús, el amado del Padre que hoy se presenta en el Jordán para ser bautizado por Juan Bautista, se cumple la salvación de Dios: «Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu Santo bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3, 13-17).
Con la celebración del Bautismo somos constituidos hijos amados de Dios. Por ello, Cristo, quien viene a revelar el misterio del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu, desea manifestarnos la importancia del Bautismo como puerta de la fe. Con el Bautismo del Señor la Iglesia nos invita a mirar la humildad de Jesús, que se convierte en una manifestación de la Santísima Trinidad. «También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio», pronunció san Gregorio Nacianceno en uno de sus sermones.
El Bautismo, principio de toda la vida cristiana, es «la puerta que permite al Señor hacer su morada en nosotros e introducirnos en su Misterio», recordaba el Papa Francisco durante su catequesis semanal del pasado año en un día como el que celebramos hoy. Por ello, es «el mayor regalo que hemos recibido».
Si la venida de Cristo sobre nuestra fragilidad manifiesta el incondicional interés de Dios por cada uno de nosotros, no podemos dejar de reconocer el Bautismo como un regalo de amor para llegar a un encuentro y no a un fin. Por eso es puerta de fe, porque cuando se abre, le permite al Señor entrar y forjar su morada en esa casa.
Por el Bautismo somos hechos hijos de Dios y entramos a formar parte de la gran familia, que es la Iglesia. Un proyecto de salvación que es un día a día, y que supone aprender a dar luz a los ciegos, a aliviar a los quebrantados de corazón, a abrir las celdas de los cautivos, a sanar los corazones enfermos y a acompañar la soledad de los tristes.
Y en el corazón de este sacramento no podemos olvidar a los padres, quienes tienen la preciosa misión de ser los primeros catequistas de sus hijos. La dimensión educativa del Bautismo pone a los padres en el centro de esta tarea que supone dar lo mejor a sus hijos, también la fe. E igual que en el Bautismo Dios toma posesión de nuestras vidas y nos incorpora a la vida de Jesús, lo mismo deben hacer los padres con sus hijos, para que sean otros Cristos en la tierra.
El cristiano se sabe injertado en Cristo por el Bautismo, y así como el Verbo se hizo carne y vino a la tierra por amor (cf. 1 Tm 2, 4), el Señor manifiesta el amor del Padre por nosotros y su deseo de comenzar en cada uno de nosotros una nueva historia de salvación.
Dios, con el agua de su infinita misericordia, nos lava y nos hace criaturas nuevas. Y lo hace de la mano de la Virgen María. Ella, a cada instante, nos recuerda que –con el Bautismo– cada uno de nosotros somos hijos predilectos de Dios. Vivamos a imagen y semejanza suya, para que el Padre también pueda decir de nosotros: «Este es mi hijo, el amado, mi predilecto» (Mt 3, 17).
Con gran afecto pido a Dios que os bendiga. Feliz domingo del Bautismo del Señor.