Vivamos las Témporas de acción de gracias, petición y perdón

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Esta semana hemos celebrado las Témporas de acción de gracias, petición y perdón que la comunidad cristiana ofrece a Dios, una vez terminadas las vacaciones y la recolección de las cosechas.

El día de las Témporas, que nació en Roma y se difundió con la liturgia romana, es una ocasión propicia y muy especial para realizar una oración comunitaria, familiar y fraterna, teniendo presente la manera en que Cristo asume el trabajo humano como un ofrecimiento amoroso al Padre. Porque la manera de cuidar aquello que Dios nos regala es el resultado del amor que nosotros le profesamos. Y así hemos de cuidar la Casa común, solo si dejamos que Dios roce con sus propias manos nuestra alma.

Por medio de esta oración, el Pueblo de Dios agradece los frutos espirituales y humanos recibidos en este tiempo de petición y de acción de gracias. Un gesto en clave de agradecimiento por los frutos de la tierra y por su incansable bendición sobre el trabajo que los hombres y las mujeres del mundo llevan a cabo, en todos y cada uno de los rincones donde, con su buen hacer, plantan la semilla del Evangelio.

El antiguo Misal de san Pío V nos recuerda que las Témporas eran una herencia del cómo se vivía el quehacer cotidiano en el mundo rural. En este sentido, el Papa emérito Benedicto XVI aseguraba que, según la tradición de la Iglesia, las Témporas «representan una tradición peculiar de la Iglesia de Roma: sus raíces se encuentran, por una parte, en el Antiguo Testamento – donde, por ejemplo, el profeta Zacarías habla de cuatro tiempos de ayuno a lo largo del año–, y por otra, en la tradición de la Roma pagana, cuyas fiestas de la siembra y de la recolección han dejado su huella en estos días» (J. Ratzinger, 15-III-2014).

Aferrados a este recuerdo, que conmemora la importancia de cada cosecha, de cada fruto o de cada esfuerzo en pos de un mundo mejor y más justo, al celebrar estos días «recibimos el año de manos del Señor», insiste el Papa emérito. De esta forma, «confiamos a su bondad siembras y cosechas, dándole gracias por el fruto de la tierra y de nuestro trabajo».

San Pablo aseguraba que «la creación en anhelante espera aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios» (Rom 8, 19). Y, por medio de esta celebración de acción de gracias, queda reflejado tal deseo. Pero no sin nuestra plegaria, nuestro esfuerzo y nuestro compromiso de cada día, en cada témpora y en cada lugar.

E igual que cada cosecha es un momento propicio para agradecer los frutos recolectados, lo mismo hemos de hacer con las gracias que Dios nos da. Y porque la gratitud es la expresión más noble de un sentimiento humano, aquel que no sabe ser agradecido será eternamente pobre. Y nosotros, por ser hijos de Dios, ya tenemos en nuestras manos la más grande de las ofrendas: «Todo es vuestro; pero vosotros sois de Cristo, y Cristo, de Dios» (1 Cor 3, 22-23).

Estos días, como el pueblo israelita en el Antiguo Testamento cuando le pedía a Yahvé su protección, vivamos de manera especial la petición, el perdón y la acción de gracias. Sin olvidar la justicia social y la dignidad del trabajo humano como centro de cualquier tarea.

La vida de Jesús era una continua acción de gracias al Padre. Y tal como Él nos enseñó, nosotros debemos humildemente pedir para que se nos dé, buscar para encontrar y llamar para que se nos abra (cf. Mt 7, 7-12).

Ponemos en las manos de la Virgen María este tiempo de petición, de perdón y de acción de gracias, por los frutos espirituales y humanos recibidos, porque nunca es suficiente ante tanto amor desmedido. Seamos, a tiempo y a destiempo, colaboradores de la obra creadora de Dios (cf. Gn 1, 28), sabiendo que Él –como Padre que no abandona a ninguno de sus hijos– nos otorga su favor, su misericordia y su amor.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga

Parroquia Sagrada Familia