Iglesia en estado de misión
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
El pasado viernes celebramos el inicio de este nuevo curso pastoral y nos adentramos en el corazón compasivo del Padre para amar y servir a Su manera. Y ayer vivimos con gozo la ordenación episcopal de don Vicente Rebollo, quien ha sido hasta este momento vicario de economía de nuestra archidiócesis. Fue un momento de especial agradecimiento por sus años de servicio en nuestra Iglesia burgalesa. Y también ocasión para agradecer a Dios que se haya fijado en un sacerdote de nuestra archidiócesis para ejercer el ministerio episcopal en la Iglesia de Tarazona.
La Asamblea Diocesana, hecha realidad en el marco del Año Jubilar celebrado con ocasión del VIII Centenario de la Catedral, nos ha ayudado a redescubrir con nueva fuerza la conciencia de misión como Iglesia particular. Desde esa admirable frontera colmada de nombres, de rostros y de lugares concretos, en torno a las bases que ha asentado este providencial encuentro, vamos a ir haciendo camino de cara a un renovado curso pastoral que Dios nos regala.
Al hilo de la Asamblea, os he dedicado mi primera carta pastoral titulada Iglesia en estado de misión. Tanto el Documento Final de la Asamblea como esta carta pastoral nos invitan a renovar el encuentro personal y comunitario con Jesucristo que nos convierte en discípulos suyos y nos envía a la tarea de la evangelización.
Me aferro a la esperanza del Papa San Pablo VI, que anhelaba alcanzar una civilización de hermanos donde «ni el odio, ni la competición, ni la avaricia serán su “dialéctica”», sino el amor. Acojo, con enorme gozo, este sueño del Santo Padre; y me quedo aferrado a sus palabras y a sus deseos, porque es posible transfigurar el Pueblo de Dios, a la medida de Su amor, si creemos en una verdadera civilización del amor.
Nuestra acción pastoral ha de ser un enamoramiento diario de Jesucristo, el amor de Dios encarnado. Puesto que es Él quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), hemos de vivir, como urgencia prioritaria, la experiencia de la fe y la relación personal con Dios. Y hemos de llevarlo a cabo en nuestro día a día, en cada uno de nuestros actos, testimoniando que «el amor crece a través del amor» y «es “divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une»; y «mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “todo para todos” (cf. 1 Co 15, 28)» (Deus caritas est, n. 18).
La Iglesia es comunidad e imprime en nosotros esta forma de ser y de vivir. Ello nos impulsa a salir al encuentro del prójimo, caminando con alegría como hermanos; de manera que este sendero nos haga redescubrir el Amor que inunda nuestros corazones y que se nos hace presente, también, en el rostro de quien espera nuestra ayuda y presencia.
Desde ese primer anuncio, hemos de esforzarnos en vivir como Iglesia y en hacer presente en el mundo el Reino de Dios: revitalizando los diversos consejos, haciendo misioneras nuestras comunidades, potenciando nuevas formas de servicio, en la oración, en la escucha de la Palabra, en la Eucaristía, en los sacramentos, en los diversos ámbitos pastorales, velando la cultura del cuidado…. Y siempre al servicio de Dios y de los demás, con especial dedicación a quienes más lo necesitan.
Porque todos somos necesarios y porque cuando nos abandonamos en Dios, Él se convierte en nuestra alegría (cf. Sal 73), hemos de orientar este nuevo curso pastoral en torno a esta hoja de ruta: que Dios es amor, «y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16).
Se lo pedimos a la Virgen María y lo ponemos todo en el barro frágil de su bondad materna, para que su belleza virginal alumbre todos los espacios de nuestra vida. Que Ella nos enseñe a ser personas cántaros que portan agua viva en medio de un mundo tan sediento de amor.
Con gran afecto, os deseo un feliz domingo.