Tiempo de Pascua, tiempo de Confirmación

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Inmersos en este precioso tiempo de Pascua, en el cual abrimos, de par en par, las puertas al Espíritu, recordamos la importancia del sacramento de la Confirmación.

El tiempo pascual es, por excelencia, el despertar a una vida nueva, un momento admirable para recibir –como los apóstoles en Pentecostés– el don del Espíritu Santo.

El fuego del Espíritu purifica el alma de quien lo contempla y edifica el corazón de quien lo recibe. Y su luz ilumina las tinieblas de aquellos rostros que han perdido el vestigio bondadoso y pródigo del Padre.

Fuego y luz, pasión y espera: un camino de alegría que nos impulsa a ser testigos de Jesucristo hasta los confines de la tierra. Porque la Confirmación infunde gozo, ilusión y expectativa; une más íntimamente a Cristo y a su Iglesia, renueva la esperanza y enriquece el porvenir con una fuerza que nada ni nadie puede parar.

Hoy deseo animar, de una manera muy especial, a todos aquellos que aún no habéis recibido el sacramento de la Confirmación, con el anhelo de que os abráis a la gracia del Espíritu; porque, a Su lado, aferrados a esa fuente de Agua viva, nunca quedaréis defraudados.

Un sacramento que, como el Bautismo, «imprime en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter indeleble; por eso solo se puede recibir una vez en la vida». Así se lo recordaba el Papa Francisco a un grupo de jóvenes de Viterbo en Roma, en marzo de 2019, mientras les decía que «el Espíritu Santo te da la gloria que no enferma. ¡Sean valientes y sean firmes!».

Jóvenes y mayores: no tengáis miedo a recibir el sacramento de la Confirmación, ese signo visible de un don invisible que se hace verdad a través de la señal del Espíritu Santo. Hacedlo, y el Señor sostendrá vuestra entrega y vuestro compromiso para difundir, por todos los rincones del mundo, el buen olor de Cristo. Pero no tengáis miedo; pues, como ya predijo el Señor antes de su Pasión, «cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis de qué vais a hablar; sino hablad lo que se os comunique en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo hablará por vosotros» (Mc 13, 9-11).

Uno solo es el Espíritu, y está deseando posarse sobre vuestras debilidades y heridas para hacerlas, en Dios, fortalezas. Solo necesita vuestro paso, vuestro sí y vuestra mano, para que ese signo espiritual se haga imborrable en vuestra vidas.

Decía san Agustín que «según crece el amor dentro de ti, así crece también la belleza; porque el amor es la belleza del alma». Y, desde los ojos de la Belleza, deseo animaros a recorrer vuestros pasos con Él, a dejaros moldear por Su infinita paciencia y a haceros uno con Quien es verdaderamente la vida (Jn 14, 6).

La vida eterna, que brota del Padre, nos la transmite en plenitud Jesús en su Pascua por el don del Espíritu Santo. Así lo anticipa el Salmo 104, en comunión, con la fuerza inusitada del Paráclito: «Escondes tu rostro, y se espantan; les retiras el aliento y expiran, y vuelven a ser polvo; envías tu Espíritu y los creas, y renuevas la faz de la tierra» (Sal 104, 29-30).

El Espíritu nos ha sido dado como «prenda de nuestra herencia, para redención del Pueblo» (Ef 1, 14). Y hoy, una vez más, anhela prender vuestros corazones. Y desea hacerlo, también, desde la mirada de María: la llena de gracia que concibió por obra y gracia del Espíritu Santo para llevar a cabo su misión maternal como madre, hija y esposa.

Queridos amigos, que aún no habéis recibido el sacramento de la Confirmación: id al templo que es Cristo (Lc 2, 27), y pedid que venga sobre vosotros el don del Espíritu. Así, bajo Su unción, os convertiréis en signos de esperanza y podréis escuchar cómo Jesús os susurra al oído, y en nombre del Padre: «El que cree en mí, vivirá para siempre» (cfr. Jn 11, 25).

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Parroquia Sagrada Familia