Domingo de Ramos: acoger al Rey humilde y servidor

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, con la festividad del Domingo de Ramos, nos sumergimos en el misterio del amor de Dios, que es la Semana Santa. Un año más, Jesús entra en Jerusalén, en medio de una multitud que alfombra el camino por el que pasa y que lo aclama como Mesías. Y entra de un modo sorprendente: montado en un pollino, como Rey humilde y servidor, como Rey que viene a entregar la vida.

La historia nos recuerda que Dios nos salvó sirviéndonos, y nos sirvió dando por entero su vida por nosotros. Servir y darse, sin reservas y por amor, hasta la última gota de su sangre. Así fue, de principio a fin, el camino que recorrió el Señor; desde un día como el de hoy, pasando por la estremecedora Pasión, hasta alcanzar la tan anhelada Resurrección.

La entrada de Jesús en Jerusalén, a lomos de un pollino, abre un camino de vida en abundancia. En lo más profundo de ese humilde gesto, hay un detalle muy especial que deseo resaltar, porque marca –a mi parecer– el curso de lo que vendría después. Cuando Jesús ordena a dos discípulos que le traigan el borrico, les dice cómo deben responder a quienes los pregunten por qué hacen eso: «El Señor tiene necesidad de él» (Lc 19, 31). Una respuesta suficiente, capaz de dar sentido a todo lo que vendría después…

¿Cuántos de nosotros, en medio de nuestras tareas, responsabilidades y ocupaciones, no tenemos necesidad de estar cerca del Señor? ¿Cómo de grande es nuestra necesidad de abrazar Su presencia y de acompañar Su soledad en estas horas tan importantes de Su vida? Y al mismo tiempo, Él necesita del borrico, y quiere necesitar de nosotros para llevar adelante su tarea de salvación.

Ante estas preguntas, una vez más, hemos de cuestionarnos qué gestos de amor y de entrega somos capaces de darle a Jesús. ¿Seremos capaces de velar con Él, de entregar lo que necesita de nosotros para llevar adelante la edificación del Reino de Dios en nuestro mundo?

A veces se hace complicado, sobre todo cuando sobrevienen la necesidad y la angustia y parece que todo calla alrededor. Sin embargo, cuando el Señor toma finalmente el cáliz para que se cumpla la voluntad del Padre, hasta las piedras gritan (cf. Lc 19, 39-40) que el amor de Dios es más fuerte que la muerte.

La lectura de la Pasión que meditaremos durante estos días de la Semana Santa nos sitúa ante Cristo vivo en la Iglesia. «El misterio pascual es siempre actual», porque nosotros «somos los contemporáneos del Señor y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si estamos con Él o escapamos o somos simples espectadores de su muerte», tal y como señalaba el Papa san Juan Pablo II, tal día como hoy, en su homilía de 2002.

Ciertamente, la Pasión «pone de relieve la fidelidad de Cristo, en contraste con la infidelidad humana». En la hora de la prueba, cuando casi todos abandonan a Jesús, y también nosotros somos a menudo abandonados, Él permanece fiel, «dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que el Padre le confió», insistía el Santo Padre. Y ya nunca estaremos solos ni abandonados.

El Señor, por nosotros, experimentó las situaciones más dolorosas de quien ofrece su vida por amor: la traición y el abandono. Y, como sucedió con el pollino, Él quiere tener necesidad de nosotros y de cada una de nuestras vidas; de tu compañía, de tu comprensión, de tu bondad y de tu fidelidad. Aunque por momentos nos acechen la duda, el sinsentido y la incomprensión, el Padre nos llama a seguirle por el camino de cada día, como «sal de la tierra» y «luz del mundo» (Mt 5, 13-14), para que encontremos en la cruz la escuela de sabiduría que nos une a su Amor.

Del dolor de la Pasión nace el secreto de la alegría pascual, que viviremos dentro de unos días. Y lo haremos con María, la Madre del Verbo encarnado, Aquella que permanece junto a Él, silenciosa y sufriente, al pie de la Cruz.

Que este cortejo triunfal que hoy celebramos, en el que el Señor nos vuelve a mostrar que es «obediente hasta la muerte» y «una muerte de cruz» (Flp 2, 8), nos anime a acompañar a Cristo con toda nuestra vida a cuestas, hasta que entendamos que es Dios quien carga el peso de nuestra cruz para guiarnos a la paz y la esperanza de la alegría de la vida en la resurrección.

Con gran afecto, os deseo una feliz Semana Santa.

Parroquia Sagrada Familia