Domund: el Amor derramado entre los más pobres
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos el Domingo Mundial de las Misiones, hoy volvemos a la raíz de nuestra fe, hoy experimentamos hasta qué extremo Dios ama nuestra humanidad.
¿Qué sería de nosotros sin la caridad de Cristo? ¿Cómo serían nuestros ojos capaces de mirar la inmensidad del amor sin ver al mismo Dios latiendo en los ojos de quienes entregan su vida por Él para siempre? ¿Para qué vivir si no es derramando la vida en nuestros hermanos?
Un año más, el Domund –una llamada a la responsabilidad de todos los cristianos en la evangelización– nos recuerda la importancia de ayudar y rezar por los misioneros, por los hombres y las mujeres que abandonan su tierra y, sin mirar la frontera o la condición que les espera al otro lado del mar, descansan su corazón en el de los más pobres de la Tierra.
Decía san Francisco de Asís que «la verdadera enseñanza que transmitimos es lo que vivimos», y «somos buenos predicadores cuando ponemos en práctica lo que decimos». Una invitación a amar que, sin duda alguna, nos recuerda –en palabras del Papa san Juan Pablo II– que «el anuncio tiene la prioridad permanente en la misión» (Redemptoris missio, 44).
Toda evangelización nace de un encuentro personal con Cristo que, indefectiblemente, lo cambia todo: los esquemas, las razones, los caminos, los modos, las preferencias y los planes. Y, merced a ese encuentro cara a cara con el Señor, como reza el lema de esta jornada, «no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20).
Hoy ponemos la mirada en estos apóstoles y testigos del Resucitado que dejan todo cuanto poseen para encontrar una perla que, en la mayoría de las ocasiones, solo es preciosa a los ojos de quien la ama. Discípulos que salen al cruce de los caminos e invitan a la Mesa a todos los que encuentran (Mt 22,9); mensajeros de esperanza que tan solo anhelan hacer suyas las vidas rotas que abrazan; y testigos de una alegría que es imposible encontrar lejos de la sonrisa de Dios.
El Papa Francisco, en su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año, revela que «la amistad con el Señor, verle curar a los enfermos, comer con los pecadores, alimentar a los hambrientos, acercarse a los excluidos, tocar a los impuros e identificarse con los necesitados deja una huella imborrable, capaz de suscitar el asombro, y una alegría expansiva y gratuita que no se puede contener». Una experiencia que, como escribe el profeta Jeremías, a veces implica sacrificios e incomprensiones (cf. 20,7-9).
La actividad pastoral, misionera y de promoción humana de los territorios de misión depende de los donativos del Domund. Por ello, no podemos olvidar que este día es una llamada a la colaboración económica de los fieles de todo el mundo.
Queridos hermanos y hermanas: ¡qué grande es vivir las pruebas, como hacen los misioneros, abrazándose a Cristo! Sabiendo, como dice san Pablo a la comunidad de Corinto, que «no nos anunciamos a nosotros mismos», sino «a Jesús como Cristo y Señor», pues «no somos más que servidores por causa de Jesús» (2 Cor 4,5).
Los cristianos no podemos reservarnos al Señor para nosotros mismos, porque la alegría de encontrarlo nos impulsa a anunciarlo. Y, en ese cuidado y esa delicadeza Suya, cuando sentimos que nos faltan las fuerzas para ser testigos fieles, encarnamos en Él cuanto somos, cuando tenemos, cuanto queremos llegar a ser. Porque donde no alcanzan nuestras pobres capacidades, descubrimos que «hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el amor» (Fratelli tutti, 68).
Que María, la Madre de los Pobres, nos ayude a renovar nuestro compromiso bautismal de ser apóstoles generosos, entregados y alegres del Evangelio. Y que nunca olvidemos a los misioneros, sino que estén bien situados en nuestro corazón. Con las palabras de Isaías también nosotros expresamos nuestra admiración y profundo agradecimiento: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Noticia” (Is 52, 7).
Con gran afecto, pido al Señor que os bendiga.