Contemplar el rostro de Cristo con el corazón de María

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

El mes de octubre es el mes del rosario. Así mismo, esta semana hemos celebrado la festividad de la Virgen del Rosario, advocación que revive y conmemora la importancia de dirigirnos a Nuestra Madre a través del rezo del santo rosario. Fue precisamente Ella, la Madre de Dios, quien nos pidió rezarlo y hacerlo vida desde la intimidad de nuestros corazones de barro para que, a través de esta plegaria, podamos obtener abundantes gracias.

Y lo hizo por medio de santo Domingo de Guzmán, a quien la Santísima Virgen se le apareció en el año 1208. Este sacerdote burgalés había abandonado todas sus posesiones y se había marchado al sur de Francia para acercar el Evangelio a los que se habían apartado de la Iglesia por la herejía albigense. Como solo saben hacer las madres, la Virgen puso el rosario sobre las manos de Domingo y, en una caricia almada de silencio y plenitud, le enseñó cómo rezarlo. Después, le encomendó la preciosa tarea de propagar esta devoción hasta los confines del mundo.

La misión de santo Domingo, consumada en una época en la que Europa estaba sumida en una densa oscuridad, no se hizo esperar. Con el rosario aprehendido a su alma, predicó la Palabra de Dios en cada uno de los rincones que sus pies hallaban. Sin descanso, sin fronteras, sin miedo a perder la vida por la misión de Dios y de su Madre. Y lo hizo tanto y de tal manera que convirtió el rezo del santo rosario en una oración muy querida en la Iglesia.

Poco a poco, la predicación, la oración y los sacrificios que el santo llevaba a cabo por amor a Cristo, hicieron que un creciente número de personas se uniese a su obra apostólica. Una labor que, con la aprobación del Santo Padre, vería compensada con la fundación de la Orden de Predicadores, más conocidos como Dominicos.

«Denme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo». Con estas palabras, san Pío X fijaría la fiesta de Nuestra Señora del Rosario el 7 de octubre. Asimismo, san Juan Pablo II, en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae escribió que esta oración mariana «en su sencillez y profundidad, sigue siendo una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad». Y es, también, como perpetuó el papa dominico san Pío V, «un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos» que consiste en «ir repitiendo el saludo que el ángel le dio a María, interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y tratando de ir meditando mientras tanto la Vida de Nuestro Señor».

Mediante esta «dulce cadena» que nos une a Dios y a los ángeles, como decía el beato Bartolomé Longo, contemplamos el rostro de Cristo con el corazón de María, nuestra Madre. Así, en cada misterio gozoso, luminoso, doloroso o glorioso, nos adentramos en el corazón bendito de María: en su humildad, en su consuelo, en su esperanza, en su sencillez, en su aflicción y, sobre todo, en su amor. Un amor inagotable donde encuentran refugio, de manera especial, los apesadumbrados, los cansados, los tristes, los desolados y los agobiados.

Hoy, de la mano de Nuestra Señora del Rosario y de santo Domingo de Guzmán, cuando celebramos los 800 años de su fallecimiento –que coinciden, precisamente, con los 800 años de nuestra catedral de Burgos–, os animo a hacer, del rosario, vuestra manera de vivir, de confiar, de esperar, de entregarse y de creer.

Rezad con el rosario con la confianza de quien sabe que donde dos o tres estén reunidos en nombre del Padre, allí, en medio de ellos, sostenidos por la ternura compasiva de la Madre, está Él (Mt 18:20).

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Parroquia Sagrada Familia