Hacia un nosotros cada vez más grande
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, último domingo de septiembre, la Iglesia celebra –como cada año– la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado: una oportunidad especial para expresar nuestro afecto con obras concretas hacia esos hermanos nuestros que, abrumados de vulnerabilidad, se enfrentan al desafío de encontrar una posaba digna donde reposar su cuerpo y su espíritu.
Este año, el tema elegido por el Papa Francisco es Hacia un nosotros cada vez más grande. Un mensaje que lleva implícito el deseo de que todos seamos uno, donde no haya lugar para «los otros», sino que todos «nosotros» formemos un solo cuerpo. Un lema que desea mostrar «un horizonte claro para nuestro camino común en este mundo», tal y como destaca el Papa Francisco en su mensaje para la 107ª Jornada Mundial de este año.
La Iglesia celebra esta jornada desde el año 1914. Y en el corazón de ese anhelado «nosotros», recordamos cómo Dios «nos creó a su imagen, a imagen de su ser uno y trino, comunión en la diversidad», recuerda el Santo Padre. «Y cuando, a causa de su desobediencia, el ser humano se alejó de Dios, Él, en su misericordia, quiso ofrecer un camino de reconciliación; no a los individuos, sino a un pueblo, a un nosotros destinado a incluir a toda la familia humana».
Qué importante es que nos sepamos incorporados en la misma barca de Jesucristo, que todos seamos uno (Jn 17,21) para que, cuando venga la marea y meza nuestra vida, podamos tomarnos de las manos y romper, uno a uno, los muros que dividen el amor. Y cuando venga la tentación de creernos más que los «otros», nos despojemos de nuestras soberbias y hagamos de un solo «nosotros» el resto de nuestra existencia.
Esta jornada nos invita, también, a abrazar a la humanidad más herida de esta misma tierra que es nuestra casa común (cf. Fratelli tutti, 8); desde la oración, desde el abrazo, desde el credo donde comulgamos el Cuerpo y la Sangre del Señor. Porque en el desafío de migrar y de encontrar una posada digna también viaja nuestra fe. Unidos al Señor, de Su mano, pero juntos y junto a Él, que no se separará de nuestra fragilidad hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28,20). Es la única manera de resucitar victoriosos porque, como escribió san Pablo a la comunidad de Éfeso, «uno solo es el Cuerpo y uno solo el Espíritu, así como también una sola es la esperanza a la que han sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» (Ef 4,4-5).
En su mensaje, el Santo Padre recuerda también que el Espíritu del Señor nos hace «capaces de abrazar a todos para crear comunión en la diversidad», armonizando las diferencias «sin nunca imponer una uniformidad que despersonaliza». En ese sentido, «en el encuentro con la diversidad de los extranjeros, de los migrantes, de los refugiados y en el diálogo intercultural que puede surgir, se nos da la oportunidad de crecer como Iglesia, de enriquecernos mutuamente». Por eso, «todo bautizado, dondequiera que se encuentre, es miembro de pleno derecho de la comunidad eclesial local, miembro de la única Iglesia, residente en la única casa, componente de la única familia».
Queridos hermanos y hermanas que trabajáis en la Pastoral que atiende al migrante y al refugiado: gracias por estar dispuestos a ensanchar el espacio de nuestra tienda para acoger a todo aquel que busca un hogar entre nosotros.
Y ponemos a cada uno de estos rostros en la mirada de la Virgen María, la Puerta del Cielo y Consuelo de los migrantes. Porque el encuentro con los migrantes y refugiados construye una nueva Jerusalén (cf. Is 60; Ap 21,3) y abre las fronteras hacia una cultura del encuentro donde podamos aunar nuestros dones, encender de vida eterna nuestras lámparas de aceite y decirle al Padre: «Por fin, todos “nosotros”, somos uno en Ti, en tu Palabra y en tu Amor».
Seamos, para nuestros hermanos refugiados y migrantes, la llama de Amor Vivo que brilla hasta que concluya la última noche, y permanezca para siempre la ciudad de la luz, cuya única lámpara es el Cordero.
Con gran afecto, os envío la bendición de Dios.