Recomenzar desde Jesús, en esperanza y servicio
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Tras tantos meses sombríos de pandemia que ha generado tanto sufrimiento, escuchamos la voz del Señor Resucitado invitándonos a empezar de nuevo. Comienza un nuevo curso pastoral, un nuevo tiempo de esperanza y servicio. «Incluso de los escombros de nuestro corazón, Dios puede construir una obra de arte; aun de los restos arruinados de nuestra humanidad, Dios prepara una nueva historia». Estas palabras, pronunciadas por el Papa Francisco durante la Vigilia Pascual que presidió este año en el altar de la cátedra de la Basílica Vaticana, resuenan con intensidad en mi corazón. Y es que el Señor nos precede siempre, aunque tantas y tantas veces nos cueste ver la luz cuando las tinieblas nos rodean.
Durante toda mi vida, he experimentado cómo detrás de la lluvia y del desgarrado Viernes Santo, la vida vuelve a florecer. Siempre. Porque la Resurrección llega, y el Resucitado atraviesa la luz sepultada del sinsentido para asombrarnos con su gracia en la cotidianeidad del día a día. Porque detrás del silencio doliente de la cruz, del sepulcro vacío y del miedo que enardece un nuevo amanecer, la esperanza vuelve a renacer.
Y, por eso, de nuevo, cuando nos llega el momento de recomenzar, Jesús vuelve a salir a nuestro encuentro para recordarnos que vayamos a Él, que posemos sobre su altar nuestros cansancios y que abramos los ojos a su gracia para cegarnos con su belleza. Una vez más, el Señor nos espera en Galilea. Con su vida habitando en el centro de nuestras tareas y obligaciones, nuestra vida comienza de nuevo. Comienza en la familia, en la casa, en el trabajo, en la Iglesia, en la amistad, en el servicio, en la entrega. Él, que hace nuevas todas las cosas (Ap 21, 5), desea renovar nuestro corazón y desinstalarlo de la rutina, hacer de nuestra vida la oración del Padrenuestro y empapar nuestra alma del esplendor de las Bienaventuranzas (Mt 5,3-12): con esperanza, con mansedumbre, con humildad, con paciencia ante los sufrimientos, con misericordia, con limpieza de corazón, con amor por la justicia y con capacidad de soportar las persecuciones sin juzgar a los demás.
Dios Padre está deseando escuchar nuestras inquietudes para arrojarlas, como decía santa Teresita del Niño Jesús, «en la inmensa hoguera de su Amor Misericordioso». Y para empezar, junto a Él, de nuevo. ¡Qué regalo tan inmenso es recomenzar! «Y, en todo», como repetía san Ignacio de Loyola, «amar y servir». Y hacerlo, continuando la obra creadora de Dios como infatigables peregrinos, por Aquel que nos pone en la línea de salida, por las miradas que nos esperan al otro lado de la orilla, por nosotros, por los otros, por aquellos que ya no están físicamente, pero sí unidos a nosotros para siempre y por toda la eternidad en Jesús Resucitado.
Este comienzo es, también, un buen momento para agradecer la presencia siempre providente de Dios, para sentir el cuidado en la fraternidad, para poner los talentos al servicio del bien común, para pedir perdón y para perdonar. Al hermano que te hirió y a uno mismo. Como hijos de un mismo Dios. Queridos hermanos y hermanas: es tiempo de empezar, de nuevo, respondiendo generosamente a la llamada del Señor a echar las redes en su nombre. Su Palabra hace siempre la pesca fecunda y esperanzada. Un año que sigue siendo jubilar, una Asamblea diocesana que nos aportará la luz del Espíritu para mostrarnos las sendas que debemos recorrer. Un año de la familia y de San José. ¡Un año inmenso, verdadero tiempo de gracia!
La Santísima Virgen María nos ayuda en esta carrera de fondo que comienza prosiguiendo el camino que inició Jesús de Nazaret, celebrando la gratitud de saber que nada es nuestro, valorando cómo Dios nos espera tras la bruma del desconcierto. Solo así, con amor eterno, derramando –hilo a hilo– lágrimas de esperanza y consuelo, podremos escuchar ese canto de regocijo que nos recuerda, en la voz del evangelista Mateo, que la vida derramada a cuerpo entero es un verdadero regalo: «Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 1-12a).
Con gran afecto, os envío la bendición de Dios y os deseo un maravilloso comienzo de curso, donde el Espíritu Santo nos regale a manos llenas la fe, la esperanza y la caridad.