Un pastor burgalés para Mondoñedo-Ferrol
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
«El temor, el temblor y la alegría son las tres características que afloran en mi corazón», confesaba Don Fernando García Cadiñanos, quien ha sido vicario general de nuestra archidiócesis, al enterarse de su nombramiento como obispo de Mondoñedo-Ferrol, de manos del Papa Francisco.
El obispo electo recibirá la ordenación episcopal el 4 de septiembre en la catedral de Mondoñedo, iniciando su nuevo ministerio en la diócesis. El día siguiente, en la concatedral de Ferrol, celebrará nuevamente la Eucaristía. La ordenación será un momento, sin duda, emocionante para todos los que hemos tenido la gracia de trabajar junto a él.
Este nuevo regalo que nos concede el Papa en el Año Jubilar que venimos celebrando supone una alegría inmensa para la archidiócesis. Dios, que se vuelca cada día por sembrar paz en cada segundo de nuestra vida, nos regala una nueva oportunidad para amar y servir, en todo y para todo, al Amor verdadero; ese que, como decía fray Luis de León, «no espera a ser invitado, antes Él se invita y se ofrece primero».
Ciertamente, como revelaba emocionado el propio Fernando al recibir la noticia, «Dios siempre elige la debilidad para mostrar mejor su misericordia». Porque el obispo es, ante todo, servidor: un humilde servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza de un mundo herido. Y este es el mandato principal del sucesor de los apóstoles y guía de la Iglesia en nombre de Cristo.
Jesús nos acerca a la mirada de Dios y a la ternura vivificante del Buen Pastor para ser sacramentos de Su bondad. Y es ahí, desde cada gesto, cada palabra y cada acción que hacen palpable esta cercanía que brota del ministerio, desde donde hemos de vivir esta llamada.
«Solo al estar con Jesús somos preservados de la presunción pelagiana de que el bien deriva de nuestra habilidad», exponía el Papa Francisco a los obispos ordenados en 2019 en el Vaticano, que participaban en el curso organizado por las congregaciones para los obispos y las Iglesias Orientales en el Vaticano. Realmente, solo al quedarse con Jesús «la profunda paz que nuestros hermanos y hermanas buscan de nosotros llega a nuestros corazones».
Y para llevar a cabo esta tarea de servicio episcopal que cargamos sobre nuestros hombros, qué importante es cultivar la intimidad con el Señor… Hemos de hacerlo en tiempos de cosecha y en épocas de aridez, con la oración, con la donación callada, con esa escucha habitada que arriba del corazón de tantos rostros heridos y sufrientes. Siendo hogar y casa, siendo luz y ardor, siendo ofrenda y regalo. Con Cristo en cada espera de nuestra respiración, con Quien es «la Palabra que está junto a Dios y es Dios, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación» (Col 1, 15).
Y lo hacemos confiados a la misericordia infinita de María Santísima, Aquella que lleva el consuelo, la fidelidad y la compasión a cualquier rincón del mundo donde haga falta la ternura. Ella, que –siendo la Madre de Dios– se hizo humilde cuidando maternalmente y acompañando tan de cerca de su Hijo Amado, nos muestra el camino del amor.
Que la vida que Dios pone en nuestras frágiles manos para servir sin condición desde nuestro ministerio, se haga –in aeternum– camino, vida y verdad: en el anillo que recuerda al amor esponsal que Cristo tiene por su Iglesia, en la cruz pectoral que pende de nuestros hombros y encarna la manifestación externa de la consagración a Cristo y a su Iglesia, en la mitra que, forjada del brillo de la pureza más inmaculada, simboliza el don del Espíritu, y en el báculo que, como emblema del oficio del Buen Pastor, representa el pastoreo que hemos de ejercer para bien de los fieles.
Seamos anuncio, entrega, fidelidad y esponsalidad a imagen y semejanza del Buen Pastor; y hagámoslo con delicadeza, paciencia y respeto, siendo conscientes de que «es mejor sufrir haciendo el bien, si esa es la voluntad de Dios» (1 Pe 3, 16-17). Solo así, siendo testimonios de consuelo, podrán reconocernos –in persona Christi– en el maravilloso milagro eucarístico de la fracción del pan. Encomendamos vivamente a don Fernando en el inicio del ministerio y lo acompañamos con nuestro afecto y oración.
De corazón, con la bendición de Dios.