Camino de Santiago: un milagro de amor de la mano del apóstol
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Decía Goethe, famoso escritor alemán del siglo XIX, que «Europa se hizo peregrinando a Compostela». Un pensamiento que precisamente hoy, día de Santiago el Mayor, en el corazón de un Año Santo, adquiere una relevancia exclusiva, señalada y especial.
Santiago de Compostela celebra el Año Jubilar cada vez que el 25 de julio coincide en domingo. Una secuencia temporal de seis, cinco, seis y once años que se inaugura con la apertura de la Puerta Santa la tarde del 31 de diciembre del año anterior. Desde ese momento, se abre la puerta que, tradicionalmente, utilizan los peregrinos para entrar en el templo. Cabe destacar que este año, debido a la pandemia, el Papa ha concedido que el Año Santo se prorrogue un año más.
El Camino de Santiago es el primer itinerario cultural europeo y el cordón umbilical de nuestro continente. Un Camino que no se anda, se vive. Como lo hizo san Juan Pablo II, en 1982, para convertirse en el primer Papa peregrino que llegaba a la Catedral de Santiago. Y como lo han hecho tantos y tantos hijos de Dios.
Porque el Camino supone vivir, cada paso, con el alma abierta, con la vida tañendo a borbotones y con el corazón lañado de amor. Y todos aquellos que lo hemos recorrido, que hemos contemplado la gloria y la pasión de este bello peregrinar, que hemos acariciado la piel más rugosa del barro, que hemos sido golpeados por el cansancio y que hemos curado las llagas de tantos peregrinos que, sin darse cuenta, Dios acaba convirtiendo en hermanos, sabemos que es un regalo que queda marcado en el corazón para siempre.
El Año Santo en Santiago se remonta al siglo XV. Se cree que el primero de la historia pudo ser el Jubileo de 1438, o quizá el de 1434, ambos convocados por el arzobispo don Lope de Mendoza. Por eso es tan importante conservar, acoger y cuidar cada uno de los peregrinos que, cada año, desean abrazar al apóstol para encontrar, en el Camino, su propio milagro.
Y hoy recuerdo, de manera especial, todas y cada una de las veces que he hecho este Camino: como laico, como sacerdote y como obispo, pero siempre como peregrino, con Dios y con la Santísima Virgen en la mirada, marcando la senda de cada una de mis frágiles huellas. Y también, cómo no, con los preferidos del Padre marcando la ruta de mi propio camino: ellos, los discapacitados, los enfermos y los sufrientes, han sido –en mi historia– mi capítulo preferido, el lugar donde mi vida siempre ha encontrado sentido pleno.
Y es, con ellos, con quienes recorrí mi último Camino de Santiago. 103 kilómetros junto a Mikel, a Ana, a Juan, a María, a Pedro… Ellos, desde la discapacidad o desde una muleta que soportaba el esfuerzo casi sobrehumano, me enseñaron que peregrinar no es solo rezar con los pies, sino también orar con el alma brotando de la ternura infinita del Señor.
En ellos, y con ellos, hoy acojo la esperanza de este Año Santo Compostelano. Una ruta en la que Dios enciende, en muchos corazones peregrinos, una llama de conversión profunda; una senda cargada de motivos para agradecer, para perdonar, para escuchar, para sostener, para curar y, en definitiva, para amar. Amar, hasta que duela, como rezaba el corazón compasivo de la Madre Teresa de Calcuta, y como lo hace con nosotros –en cada senda que pisamos– la Santa Madre de Dios.
Hoy, con el abrazo del apóstol Santiago, me uno a vuestros caminos para que, juntos, peregrinemos hacia esa patria celestial donde –con un abrazo eterno– estaremos con Dios Padre para siempre (Jn 14, 1-6).
Con gran afecto, de la mano del Señor y con su bendición, os deseo un feliz camino.