Conducir bien es un acto moral y un ejercicio de caridad

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Esta semana, coincidiendo con el brote de los desplazamientos masivos que inundan las carreteras de todo el país, hemos celebrado la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico.

Con el lema El transporte y la movilidad: creadores de trabajo y contribución al bien común, el Departamento de la Pastoral de la Carretera de la Conferencia Episcopal Española promueve esta jornada en el día de san Cristóbal, patrón de los conductores.

«Jesús recorría las ciudades y pueblos, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curanto toda enfermedad y dolencia» (Mt 9, 35), proclama el evangelista Mateo. Y así pasó el Señor, «haciendo el bien y curando a los oprimidos» (Hch 10, 37-38), esculpiendo las huellas de la cara más difícil del terreno que pisaba, tejiendo concordia, amando sin condiciones, porque «Dios es amor» (1 Jn 4,7-8).

En el corazón de esta artesanía del bien común se fragua esta jornada, cimentada desde una responsabilidad que se sustenta «no por temor a la multa», sino «por amor a Dios y respeto a mi prójimo», como escriben los obispos de la Subcomisión Episcopal de Migraciones y Movilidad Humana. Ciertamente, «ser buen conductor no es alardear de ello con arrogancia y sin rubor, y mucho menos si se pretende humillar, como a veces sucede, a algún compañero». La prepotencia y el orgullo, recuerda la subcomisión, «no son buenos compañeros de viaje», pues «el verdadero compañerismo, en la profesión o en la empresa, se construye sobre el servicio, la humildad y la ayuda mutua».

El Papa Francisco, en 2017, durante una audiencia con la Policía Vial de Roma con motivo del Día Mundial en Recuerdo de las Víctimas de Accidentes de Trafico, advertía que, a veces, el escaso sentido de responsabilidad está causado «por unas prisas y una competencia asumidas como forma de vida que convierte al resto de conductores en obstáculos».

Ciertamente, conducir bien es un acto moral, un ejercicio de caridad, una manera de ejercitar la bondad a la que nos llama el Padre.

El deber de justicia y caridad, dice el Concilio Vaticano II, se cumple «contribuyendo cada uno al bien común, según la propia capacidad y la necesidad ajena, sin subestimar las normas de circulación». Una exigencia que implica cuidar la vida, el don más precioso, el regalo siempre nuevo para cualquier hijo de Dios.

Alcanzar la seguridad vial mediante una adecuada acción educativa es una tarea de todos. Porque los efectos de la misma sobre la vida de los demás pueden ser realmente dramáticos e irreversibles. Por eso es tan importante respetar las normas de tráfico, cuidar cada acción al volante y ser buenos samaritanos en el camino.

Ser buen samaritano, recuerdan los obispos, «es hacer de la carretera una arteria de vida, de seguridad vial, de trabajo, de comunicación, de encuentro fraterno, de riqueza cultural y económica». Un espacio, a corazón abierto, «para vivir el cuidado y el gozo de la familia y de los amigos».

Una ocasión especial, también, para tener presentes a tantos transportistas que, durante el confinamiento, abastecieron las necesidades del país. Asimismo, pongo la mirada –de un modo personal– en los profesionales del transporte sanitario que, desde las ambulancias, a diario y a cualquier hora, se dejan la piel por salvar tantas vidas.

Hoy, queridos hermanos y hermanas, ponemos nuestra confianza en Nuestra Señora del Camino y en san Cristóbal; y les pedimos que nos ayuden a ser corresponsables del cuidado, del propio y del ajeno, humanizando cada acción, velando la buena conducción en la carretera y sabiendo que, al volante, no solo van nuestras vidas, sino también las de muchos hermanos que anhelan, como nosotros, llegar salvos y gozosos a su destino.

Con gran afecto, recibid la bendición de Dios.

Parroquia Sagrada Familia