Día del Misionero Burgalés: toda una vida al servicio del Amor

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Ayer celebramos, en Burgos, el Día del Misionero Burgalés: un encuentro que, en forma de homenaje, recuerda de manera especial a nuestros misioneros y a sus familias.

Dios, a través de este Jubileo de los Misioneros que venimos celebrando desde hace 33 años, nos invita a salir, a romper los muros de la indiferencia, a irradiar la alegría del Evangelio y a redescubrir «la mística de la misión». Una mística que, como dijo el Papa Francisco a los Institutos Misioneros en el mes misionero extraordinario, «es necesario redescubrir en toda su fascinante belleza» porque «conserva para siempre su extraordinario poder».

Esta sed de comunión con Cristo solo se entiende a través del testimonio, desde una mirada creyente, contemplativa y donada que sobrepasa cualquier razón, juicio o entendimiento.

El misionero es un apóstol que, habiendo vivido una fuerte experiencia de encuentro con el Señor, no puede dejar de contar lo que ha visto y oído. Y, por eso, como en el relato de la vocación del profeta Isaías, grita: «Aquí estoy, mándame» (Is 6, 9). Y lo hace en la soledad del desierto, en el sigilo dolorido de la enfermedad, en la intemperie de una humanidad callada, en esa certeza que nace de una promesa eterna o en medio de la noche más callada, cuando apenas queda voz para volver a decir «sí».

Una llamada en libertad que solo es posible escuchar cuando se vive una relación personal de amor con Jesús vivo en el altar, en los hermanos y en el pan nuestro de cada día.

En estos momentos, en nuestra ciudad de Burgos, 576 misioneros han sido invitados a salir de sus casas, de sus familias, de sus comodidades y de esta archidiócesis tan llena de gracia y plenitud, que la desborda precisamente en la misión… Una invitación a anunciar la Buena Noticia a todas las gentes y a todos los pueblos; enseñándolos a guardar todo lo que el Señor nos ha mandado (Mt 28, 16-20). Una misión que solamente tiene fecha de ida, porque el día de la vuelta únicamente está escrito en la Palabra de Dios.

Y hoy pongo mi mirada en cada uno de vosotros, me dejo ser más de Dios en vuestras manos y abandono mi pobre servicio hacia los más necesitados en el vuestro, que tanto sabe de esperas, de consuelos, de tropiezos, de fatigas, de alegrías y de horas gastadas por amor. Queridos misioneros burgaleses: hoy mi palabra está escrita humildemente con vuestra voz. Porque el corazón del mundo late en carne viva merced a vuestros nombres, a vuestros gestos, a vuestras palabras, a vuestra lealtad, a vuestra luz y a vuestra fe. Sois faro y presencia, albor y respuesta, bálsamo y fortaleza. Y sois, ante todo, la bienaventuranza con la que Dios Padre cuida el desaliento de sus hijos más cansados.

En este día, pongo vuestras vidas, de manera especial, en manos de la Virgen María, Santa María la Mayor –la Reina de las misiones–, para que Ella os ayude a responder con la nobleza, la pasión y la entrega de quien no quiere nada para sí porque, en la presencia de Dios, en la hondura de Sus manos, lo tienen absolutamente todo. Sin intereses. Sin jornales. Sin horarios. Tan solo por bondad. Tan solo por amor.

Con gran afecto, con admiración y agradecimiento, recibid la bendición de Dios.

Parroquia Sagrada Familia