El palio arzobispal: hacerse cargo de los heridos de la vida

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy quisiera compartir con todos vosotros un precioso regalo que Dios, de manos del nuncio de Su Santidad en España, me hará dentro de unos días. El 10 de julio a las 12 del mediodía, en el corazón de nuestra catedral de Burgos, el Nuncio apostólico, en representación del Papa Francisco, impondrá sobre mis hombros el palio arzobispal: un distintivo litúrgico –cuyos orígenes se remontan al siglo IV–, que es símbolo de la comunión que existe entre los arzobispos y el obispo de Roma. Os invito cordialmente a acompañarme en esta entrañable celebración.

El Papa Francisco, una y otra vez, nos pide a los obispos que sigamos trabajando, de manera incansable, para ser una Iglesia misionera, hospital de campaña, capaz de acoger a los heridos de la vida, abierta a los horizontes eternos, donde Cristo se haga presente en medio de nosotros para poder ofrecerlo a los demás.

Y yo, consciente de esta llamada al amor incondicional y fraterno, a pesar de mi debilidad, deseo pronunciar el mismo «sí» que prometí el 12 de abril de 2008, día en que recibí la consagración episcopal. Hoy, trece años más tarde, aquella llama de amor infinito sigue prendida a mis entrañas no debido a mis fuerzas, tan limitadas, sino a la conmovedora misericordia de Dios que se manifiesta cada día. Y aquí estoy, entusiasmado como el primer día, apasionado por servir con humildad a Jesús en sus hermanos, gozando de un ministerio que me hace feliz, vivido en pobres vasijas de barro.

El palio arzobispal, vestidura litúrgica fabricada en lana virgen de los corderos del monasterio de Santa Inés de Roma, que ha pernoctado un tiempo largo sobre la misma tumba de Pedro y que se pone sobre los hombros de los arzobispos, recuerda al Buen Pastor que da la vida por su rebaño y que carga sobre sí a sus ovejas, particularmente a las más heridas. Es una llamada a preservar esa vocación de Cristo que carga con la vida de los demás: con su modo de ser, con sus gozos y esperanzas y también con sus cruces y dificultades.

Este símbolo de comunión lleva bordadas varias cruces negras, que representan las heridas del Cordero de Dios. Y, en tres de ellas, van prendidos tres clavos, que encarnan los clavos de Cristo. Es un detalle que me conmueve de modo particular. Porque este ministerio es, también, de participación de la cruz del Señor. Resuena en mi corazón, y a la luz de estos clavos, la carta que san Pablo dirige a su discípulo, el obispo Timoteo, cuando le pedía compartir con él el duro trabajo del Evangelio.

Este vínculo de comunión con el Papa también supone afianzar la unidad entre los obispos de la Provincia Eclesiástica entre sí y con el Santo Padre. Dios me regala recoger y abrazar el testigo de hermano mayor entre estos hermanos obispos como signo de comunión y fraternidad, de compartir las tareas del Evangelio y de hacer más presente la universalidad de la Iglesia.

Los obispos no conocemos otra fuerza que la del Buen Pastor, la que nace de la fuente inagotable de su Sagrado Corazón. Un corazón que ama, que cura y que invita a reposar en él los cansancios de la vida. Y hoy, merced a este palio tomado del sepulcro del bienaventurado Pedro, soy aún más de vosotros: de los que sentís mi abrazo a través de estas palabras y de los que, alguna vez, os hayáis sentido desamparados, heridos o apartados del redil. Y me gustaría invitaros nueva y sencillamente a retornar a casa. Y me gustaría que mi vida, por entero, sea para vosotros. Porque para ganarla, es necesario entregarla –como el Buen Pastor– para siempre por amor.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Parroquia Sagrada Familia