La educación cristiana de los hijos

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«Como nos enseña la experiencia diaria, educar en la fe hoy no es una empresa fácil. Así, tanto los padres como los profesores sienten fácilmente la tentación de abdicar de sus tareas educativas y de no comprender ya ni siquiera cuál es su papel, o mejor, la misión que les ha sido encomendada». Detrás de estas palabras, pronunciadas por el Papa Benedicto XVI en 2007, durante el Convenio de la Diócesis de Roma, deseo traer al presente un tema fundamental con respecto a la educación cristiana de los hijos: hemos de ser transmisores de los principios que fundamentan la vida en la verdad y el bien.

Una educación que tenga en su raíz la presencia amorosa de Dios, con un sentido auténtico de pertenencia a una familia que nos acompaña, la Iglesia, hará del encuentro con Cristo una relación que llena siempre de ánimo y esperanza. Aunque sobrevenga cualquier temporal, quien ha experimentado en algún momento de su vida el amor de Dios, no podrá borrar de su corazón a Quien le entregó su vida en la cruz.

En esta admirable tarea educativa de poner los principios del humanismo cristiano como base de la educación, pienso en tres pilares fundamentales: los padres y su responsabilidad primordial; la colaboración subsidiaria de la Iglesia y las administraciones y el servicio ofrecido por los colegios de titularidad diocesana o de congregaciones religiosas y entidades católicas; y la importancia de inscribir a los niños y jóvenes a la clase de Religión también en los centros de titularidad estatal. Todos ellos los considero públicos pues están abiertos a todos, sin exclusión.

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Mujeres fuertes de Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

El 8 de marzo celebramos el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y más allá de cifras y datos que apuntan a una injusta desigualdad en diversos aspectos laborales, sociales y económicos que deben ser superados, quisiera centrarme de modo particular en todas esas mujeres que sacan adelante sus familias con arrojo, valentía y entrega.

«La Iglesia desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el misterio de la mujer y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las maravillas de Dios que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por ella», escribía el Papa san Juan Pablo II, primer Pontífice en abordar específicamente la cuestión de la mujer, en su carta apostólica Mulieris dignitatem (n. 31).

Volviendo la mirada al Santo Padre y haciendo memoria de una carta que escribió en 1995 a las mujeres del mundo entero, quisiera perpetuar en nuestra memoria la entrega de cada una de ellas, por lo que son para el mundo, por lo que hacen desde su compromiso sin límite y por lo que representan en la vida de la humanidad. Cada una de las palabras del Papa es una acción de gracias hacia aquellas que, en nombre del Padre, nos dieron la vida: «Te doy gracias, mujer-madre […] mujer-esposa […] mujer-hija y mujer-hermana, […] mujer-trabajadora […] mujer-consagrada […] Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas» (n. 2).

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Cuaresma: el camino de la confianza en Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz». El Papa Francisco, en su mensaje para la Cuaresma de este año, invita a contemplar, de manera especial, el pasaje sobre la Transfiguración del Señor. «Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida –recuerda el Santo Padre–, en Cuaresma se nos invita a “subir a un monte elevado” (Mt 17,1) junto con Jesús, para vivir con el Pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis».

Un año más, el Señor nos toma consigo y desea llevarnos a un lugar apartado para cambiarnos la mirada y el corazón. Porque solo así podremos comprender y acoger el misterio de la salvación divina, «realizada en el don total de sí», como expresa el Papa en la carta, si nos dejamos conducir por Él «a un lugar desierto y elevado» y si nos distanciamos «de las mediocridades y de las vanidades».

Seguir al Señor no siempre es fácil, pero hemos de ponernos en camino, romper con lo que nos impide amar de verdad y vencer nuestras comodidades que acartonan el corazón. Como a los discípulos que Él eligió para ser testigos de un acontecimiento único y sublime, Jesús desea llevarnos al monte Tabor para alcanzar la plenitud de la vida en Él y con Él.

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Conviértete y cree en el Evangelio

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Esta semana, con el Miércoles de Ceniza, comenzamos el tiempo de Cuaresma: cuarenta días de preparación y conversión, en una senda bautismal, caminando de la mano de Cristo en su retiro al desierto.

El Miércoles de Ceniza, día de ayuno, abstinencia y oración, marca la senda inicial del tiempo de preparación a la Pascua, y nos recuerda a todo el Pueblo de Dios que nuestra vida es el preámbulo de lo que nos ha prometido el Señor en la Vida Eterna.

La tradicional imposición de la ceniza (que se elabora a partir de la quema de ramas de olivo del Domingo de Ramos del año anterior) nos recuerda, mediante la señal de la cruz, que nuestra fragilidad se transforma en fortaleza al ser abrazada en el amor de Dios. El símbolo del nacimiento de estas cenizas conmemora que lo que fue signo de triunfo, pronto se reduce a nada.

Por tanto, no es un día cualquiera: es el anuncio de algo grande, bello y maravilloso. Y este signo nos llama a prepararnos, de una manera especial, para recibir la ceniza. Este día inicia un nuevo camino cuaresmal «que se desarrolla por cuarenta días y que nos conduce al gozo de la Pascua del Señor, a la victoria de la Vida sobre la muerte», expresó el Papa emérito Benedicto XVI, en 2013, en la Basílica de San Pedro, en uno de los últimos actos públicos de su Pontificado.

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Frenar la desigualdad está en tus manos

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hace algunos años, por estas mismas fechas, visitaba una misión en un lugar muy empobrecido de África. Al llegar, tras saludar a los misioneros, un cartel que colgaba de una pared de barro llamó poderosamente mi atención. Decía: «La vida pasa para todos, pero no para todos pasa igual».

Hoy, cuando celebramos la Jornada Nacional de Manos Unidas, recuerdo aquel momento de una manera especial. Esas palabras, escritas desde un corazón fracturado que llama a la solidaridad, resuenan en mis entrañas como un signo eficaz de la presencia del Señor Jesús en medio de los que más sufren.

Para promover sociedades más justas, «no basta con reducir la pobreza y el hambre, o mejorar la calidad de la educación o del medioambiente», sino que «es necesario apostar decididamente por la eliminación de las iniquidades que atentan contra la vida digna de millones de personas». Con esta apuesta, Manos Unidas desea poner en el centro el problema de la desigualdad, que se ha convertido en la mayor amenaza a nivel mundial: «Provoca que millones de seres humanos vivan en la pobreza y mueran de hambre».

El lema de este año –Frenar la desigualdad está en tus manos– requiere de unas manos que sumen, que cuenten, que tomen rostro humano y empapen de belleza tantos rostros destrozados por la miseria.

Unos 8,7 millones de personas mueren de hambre al año, 24.000 al día, una cada 4 segundos. Y se calcula que al menos una tercera parte fallecen en edad infantil (Save The Children, septiembre 2022).

¿Cómo es posible que hoy, en pleno siglo XXI, haya personas que sigan muriendo por carencias básicas y de primera necesidad?

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Parroquia Sagrada Familia