Sábado Santo, la comunidad cristiana vela junto al sepulcro

El Sábado santo es un día de luto inmenso, de silencio y de espera vigilante de la Resurrección. La Iglesia recuerda el dolor, la valentía y la esperanza de la Virgen María.

Todo ha terminado. Jesús está muerto y enterrado. Apostó su vida a que era posible vivir en este mundo con un único sentimiento, un único objetivo, el amor a todos, por ser todos del mismo Padre, y la perdió, del todo.
Está sepultado. Su tumba está lejos de aquí y no tiene sentido ir a visitarla. Fue bonito mientras duró.
Cuántas veces nos invade la desesperanza. Es duro sentir el silencio de Dios, la ausencia de Dios que se puede traducir en soledad, desesperación, pesimismo, falta de sentido en nuestras vidas, confusión, superficialidad, y muy a menudo en ruido, un ruido tan fuerte que nos impide intuir su presencia.

REFLEXIÓN EN SÁBADO SANTO

  • Recuerda en qué momentos de tu vida te ha resultado dolorosa la ausencia de Dios, su silencio.
  • ¿En qué momentos eres tú mismo/a quien acalla a Dios, quien no se pone en situación de sentir su presencia?
  • ¿Cuántas veces a mi también me cuesta seguir adelante?
  • ¿Cuántas veces confío en que Él venga y lo arregle todo?
  • ¿Qué problemas o dificultades se convierten para mí en “losas inamovibles”?
  • ¿Qué obstáculos encuentro en mi realidad cotidiana que me frenan, que hacen que deje de luchar y abandone?
  • ¡Cuántas veces no miro lo que me rodea¡ Y cuando miro la realidad, ¿soy capaz de descubrir vida en la muerte?
  • ¿Soy capaz de descubrir que lo que parecía un final es el inicio de una tarea, de una misión, de un objetivo?

ORACIÓN

Señor,
yo no te veo, ni te oigo...
y sin embargo,
sé que estás aquí,
conmigo.
Tú habitas en mi corazón,
que es lo mejor que tengo.
Estás aquí,
tan cercano y tan sencillo,
tan invisible y tan intenso,
conmigo.
Estoy rodeado de tu presencia.
¡Gracias!

ORACIÓN

Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.
Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.
Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.
Guarde mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto!...)
Tú que conoces el mar y el desierto
dame tu mano y ven conmigo.

Parroquia Sagrada Familia