Evangelio del Domingo, 25 de Octubre de 2015
Estamos en Jericó, la ciudad oasis entre el desierto del Mar Muerto y el que conduce a Jerusalén. A la vera del camino hay un ciego pidiendo limosna. No puede hacer otra cosa, si quiere subsistir. A diferencia de otros días hoy oye gritos y un notable jolgorio. Hace la pregunta que es la única lógica: ¿Qué pasa? "Es Jesús, el de Nazaret", le responden sin detenerse. Él no desaprovecha la ocasión y comienza a gritar: "¡Hijo de David, ten compasión de mí, Hijo de David, ten compasión de mí!. Malhumorados y displicentes le gritan que se calle. Es inútil, porque no quiere dejar pasar la oportunidad. Y no sólo sigue gritando sino que lo hace con más fuerza. Tanta, que Jesús lo oye y manda llamarle.
Cuando uno le dice que Jesús le llama, tira al suelo su manto, se pone en pie como un resorte y en un santiamén llega hasta Jesús. Cuando éste le pregunta qué quiere, vuelve a responder con la lógica y sentido común de antes: "Que vea". El Jesús bueno, compasivo y misericordioso no se hace de rogar y le devuelve la vista, mientras le dice: "Tu fe te ha curado". La escena podría haber concluido aquí, pero continúa.
El ciego, en efecto, no se va su casa a contárselo a los suyos sino que se une a la comitiva y va detrás de Jesús. Se hace discípulo de Jesús. ¡Qué ejemplo de oración, de fe y de seguimiento para nosotros! De oración, porque no deja que Jesús pase de largo, sino que levanta su voz, confiada y persistente, pidiéndole que le devuelva la vista y cuanto más le dicen que calle, más grita.
Así es la oración del creyente: no se lame las heridas de la vida sino que se las expone a Jesús con confianza y perseverancia. Pero esto sólo es posible si tenemos fe en Jesús. Fe y confianza en su poder y en su amor misericordioso hacia nosotros. Cuando se juntan una fe confiada y una oración perseverante y humilde, Jesús se rinde siempre. Quizás se hace un poco de rogar, para que aumenten nuestra confianza y nuestra perseverancia. Pero termina rindiéndose y dándonos lo que más nos conviene. ¡Ojalá aprendamos del ciego!
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,46-52):
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
«Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo:
«Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole:
«Ánimo, levántate, que te llama.»
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:
«¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó:
«Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo:
«Anda, tu fe te ha curado.»
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.