Evangelio del Domingo, 11 de Octubre de 2015
Jesús se encontró muchas veces con personas a las que cambió el rumbo de su vida. Ahí están la Samaritana, Zaqueo, la Magdalena, Mateo, el ciego de Jericó o Pedro. No es el caso del joven que nos narra el evangelio de hoy.
Se trata de un chico que “desde la adolescencia” ha guardado los mandamientos: no matar, no cometer adulterio, no robar, no perjurar, no defraudar, honrar a su padre y a su madre. Jesús le mira complacido, como le habríamos mirado cualquiera de nosotros. Pero Jesús le pide más: “si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes, dáselo en limosna a los pobres y vente conmigo”. La petición era exigente. Porque el joven tenía que elegir entre “sus cosas” y Jesús. Desgraciadamente prefirió “sus cosas”.
Sus cosas eran sus riquezas: tierras, casas, dinero, “pues era muy rico”. ¡Pobre chico!, porque se encontró con lo que se encuentran todos los que prefieren “sus cosas” a Jesús: la tristeza. Lo dice expresamente el evangelio: “se marchó triste”. El demonio es muy listo y nos engaña con el señuelo de que la alegría está en el dinero, en el poder y el placer. En “nuestras cosas”, no en el seguimiento de Jesús. Pero “nuestras cosas” no nos llenan. Porque nuestro corazón es más grande que nuestra cartera, más grande que nuestras ambiciones, más grande que nuestros caprichos. Tan grande, que sólo se llena cuando posee a Dios.
Todos deberíamos tenerlo muy presente. Especialmente, los chicos y las chicas jóvenes. No son las juergas de fines de semana, no son los viajes al extranjero, no son las relaciones sexuales, no son los buenos sueldos, no es ese largo etcétera en el que tantas veces tienen el corazón. La felicidad no está ahí y si se van por ese camino nunca serán felices de verdad. La alegría es inseparable del amor a Dios y de la entrega generosa a los demás. El que lo da todo, lo encontrará todo.
También lo dice el evangelio de hoy: “los que dejan padre, madre, hermanos y hermanas, tierras... por amor” a Jesús, “tendrán cien veces más ahora y heredarán la vida eterna”. En otras palabras: serán felices aquí y serán felices por toda la eternidad. ¡Vale la pena creerlo y vivirlo!
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,17-30):
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego síguerne.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»
Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando. y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»
Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
Jesús dijo:
«Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.»