Evangelio del domingo, 11 de octubre de 2020
Puedes ver la misa del sábado tarde aquí:
El Evangelio de San Mateo nos relata que el rey acude a la sala para ver a sus invitados. Entre ellos se encuentra uno sin el vestido nupcial, y es arrojado fuera a las tinieblas. ¿Qué significa ese vestido? El vestido señala la gracia de Dios, esa que recibimos en el bautismo. Es la gracia que nos permite vivir en comunión con Dios. Esta gracia es bien simbolizada en el vestido blanco del Bautismo. El cirio que se enciende durante la celebración de ese sacramento significa que Cristo ha iluminado la vida del nuevo cristiano. Sólo Dios puede darnos un traje de fiesta, puede darnos la gracia para hacernos dignos de estar en su mesa, de estar a su servicio.
El amor de Dios es lo que blanquea nuestros vestidos sucios, nuestros pecados. El banquete descrito en el pasaje del Evangelio de hoy, puede simbolizar también la liturgia. Con ello, se nos indicaría que para poder participar en la vida de la Iglesia debemos prepararnos, recibir con anticipación el sacramento de la confesión si lo necesitamos, y vivir con profundidad, fervor y atención cada parte de la celebración eucarística.
Podemos preguntarnos también qué clase de vestido le faltaba al huésped que fue expulsado del banquete. El vestido del amor. Aunque hayamos recibido el vestido de la gracia en el bautismo, necesitamos revestirnos siempre del amor a Dios y al prójimo. No basta la fe, es necesario el amor. Ahora, al terminar nuestra oración, deberíamos preguntarnos si llevamos puesto este vestido espiritual.
Pidamos al Señor que aleje de nuestro interior todo egoísmo, y que nos revista con su caridad.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):
En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»